El "Breviario de la Derecha" es un ensayo humorístico publicado en una edición pequeña en 2013 de forma independiente. Es una especie de "Manifiesto Comunista", pero presenta una distopía neoliberal y conservadora descrita por su autor ficticio Evaristo Erreconerrechea Conmuchaserres. Nunca pensé que el texto tuviera un valor tan profético como el que tuvo, a raíz de los últimos acontecimientos, ni que su contenido fuera extensible a muchos otros sectores políticos.
En este blog, será publicado por entregas semanalmente los días domingos. Quien quiera adquirirlo impreso puede hacerlo aquí. O comunicarse con el autor por Facebook

domingo, 24 de abril de 2016

5 La Patria

si hoy es posible controlar a un conductor para pedirle los papeles del auto, por qué no solicitar la identificación a una persona. Esto no tiene nada que ver con la detención por sospecha
Felipe Harboe... ¿PPD?



Grandes males se evitaría nuestra sociedad si tuviera algún concepto de patria, como en los viejos tiempos, cuando los niños cantaban el himno nacional todos los lunes e izaban la bandera. Tiempos aquellos cuando nuestro himno además honraba a “nuestros nobles valiente soldados.” En todo caso, desde la derrota del ‘Sí’ en aquel funesto plebiscito – en  el que además dimos un inmerecido ejemplo de civilidad no matando a los rotos sublevados de nuevo – pareciera que nos hubiéramos olvidado de que todos, rotos y gente, somos chilenos y formamos parte de una nación y una comunidad, no de una manera comunista, pero de una comunidad al fin.
La palabra patria viene del latín en donde la palabra era la misma – ¿no es maravilloso cuando las cosas no cambian? – y significa la tierra de los padres. O sea la patria es la tierra de los padres, que antes era de los abuelos y antes de los bisabuelos y antes no era de nadie, porque la indiada nunca – y que quede claro, nunca – tuvo títulos legítimos de propiedad otorgados por alguna autoridad cristiana.
Si la patria era la tierra de nuestros padres, es legítimo entonces que nosotros seamos sus legítimos herederos. Yo sé que parece redundante que repita la palabra ‘legítimo’, pero resulta que el objeto de este Breviario es dejarle las cosas claras a gente que no es tan preclara como usted, que percibió mi aparente redundancia. Disculpe, pero este libro también es para rotos que apenas sí saben leer, aunque yo sé que usted se deleita en la armonía de los principios aquí expuestos. Con todo, le suplico que perdone mis redundancias y énfasis y aprecie que escribí un libro que usted puede pasarle a sus empleados y sirvientes.
Es garante de la institucionalidad el hecho de que la patria esté en manos privadas para hacerla productiva, eficiente y bullente de energía. No sacamos nada si ese campo de flores bordado que nos dio por baluarte el Señor continúa siendo propiedad pública improductiva – ¡qué contradicción más grande! ¡propiedad pública! Una cosa o es propiedad o es pública y más vale que los abogados empiecen a ubicarse. Si realmente queremos el desarrollo de esa patria, de esa tierra de los padres, tenemos que ponerla en manos de responsables padres de familia, es decir en manos de gente como nosotros, que ya tenemos experiencia en la tenencia de personas y tierras.
Obviamente, esta norma de elemental lógica no se cumple en nuestros decadentes días de democracia: uno de los principales desórdenes es que existen tierras del Estado que están “protegidas” de la explotación en beneficio de especies que no son humanas. Así, por ejemplo, el Parque Nacional Puyehue es una reserva protegida en beneficio de los pumas. Esto hace que una enorme cantidad de hectáreas de bosque nativo permanezcan fuera del alcance de nuestra maquinaria productiva. Existe la extraña idea de que un bosque natural es mejor que uno producido por el hombre. Esto es simplemente ridículo: en un bosque artificial, los árboles están separados por distancias equidistantes, lo que los hace crecer más rectos y no existen otras especies de arbustos que dificulten el paso de la maquinaria o de los trabajadores. Todas esas hectáreas de ese parque nacional fueron protegidas para favorecer a un gato gigante que si pudiera nos comería a nosotros ¿dónde se ha visto?
Otro vicio de la propiedad privada es que los recursos del subsuelo y del mar pertenezcan al Estado ¿qué clase de socialismo es ese? Gracias a Pinochet y al trabajo de nuestros parlamentarios, hicimos una ley de concesiones que se adapta a las necesidades de nuestra clase – que entre paréntesis es la única verdadera clase porque los rotos no tienen clase. Con todo, este orden de cosas no es suficiente. Podemos ver, por ejemplo, que el yerno del General Pinochet no pudo acceder a la explotación del litio producto del clamor de las masas. Eso pasa porque las masas creen que el litio es de todos y consignas tales como “el litio es nuestro” han aparecido incluso como hashtags del Twitter.  La Internet ya no es lo que era  cuando las niñitas podían chatear tranquilamente con sus amiguitas y conocer a chiquillos de buena familia ¡ahora cualquier roto tiene un PC y el Twitter es la peor rotería del mundo!
Esto se solucionaría si abandonamos de una buena vez todo socialismo y aceptamos que la propiedad privada de los medios de producción es una ley tan natural como que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer.
Por último, la tercera desviación de una patria verdadera son los bienes de uso público urbano ¿por qué la calle tiene que ser de todos? ¿No debiera esto limitarse a los barrios en donde vive la rotancia incapaz de pagar por sus propias calles? Me refiero a lugares como La Pintana, La Victoria, Providencia o Ñuñoa. Hace unos días vi que un carabinero le pidió su carné a un muchachón moreno de dudoso origen y tendencia sexual (tenía el pelo largo). Cuando el joven le entregó el carné al policía, se quejó diciendo “la calle es pública”. Debo lamentar que el roto tenía razón y que pese a que el carabinero le dio las debidas admoniciones, no pudo arrestarlo por andar fuera de su barriada de origen.
La propiedad pública de las calles ha hecho que, en la práctica, el carné de identidad se haya transformado en un pase libre para que los rotos se metan a nuestros barrios y tengamos que verlos. Así hay un montón de plebe que transita sin uniforme y uno no puede saber si son parte del servicio de alguien o no. La autoridad considera que antes de subirse a un auto, las personas deben portar una licencia de conducir. Esto es lo más natural del mundo. Sin embargo, si pidiéramos un examen y una licencia para transitar en nuestros barrios, la gente nos trataría de racistas, discriminadores y quién sabe qué.
Las preguntas para ese examen imposible que permita a la gente transitar por nuestros barrios serían:
¿Dónde vive?
¿Se ubica usted?
¿Es usted chileno o shileno?
Se me podrá decir que con solo la primera pregunta bastaría, pero he conocido a hijos díscolos de familias decentes que se van a vivir a otros barrios por mero impulso bohemio. Pero esto es hipotético e impracticable porque la calle es un bien de uso público y todos tienen derecho al libre tránsito, como si fuéramos todos iguales. Somos iguales ante Dios porque nos mira de arriba, obvio, pero esa sería toda la igualdad posible.
Sin necesidad de mayores reformas constitucionales, todo sería más fácil y expedito si privatizáramos del Apumanque para arriba y cerráramos las calles. ¡Las cosas estaban tan bien cuando el metro llegaba hasta la Escuela Militar! Era además un símbolo perfecto del rol del ejército que consiste en combatir a los enemigos tanto externos como internos de la patria. El tren, símbolo del progreso y de los rotos en su lugar, llegaba justo donde comenzaba el Santiago decente y en adelante solo podían seguir las personas que podían movilizarse por sus propios medios – aunque tener un auto ya no garantiza nada. Es por eso que propongo privatizar nuestra parte de la ciudad. No pido ningún favor, nosotros podríamos pagar el costo de lo que ello significa ¡imagínense buses verdes transportando a los vecinos sin contaminar, mientras que buses de otro color transportarían por separado a la servidumbre! Los vecinos-propietarios podríamos vivir en paz, sin el constante temor de ver a algún resentido por la calle que mire a nuestras niñas como solo las niñas de color deben ser miradas. Imagínense las calles limpias, convertidas casi en peatonales porque no necesitaríamos aislarnos del medioambiente en nuestros autos y la locomoción colectiva de calidad sería privada de nosotros, por tanto ya no sería transporte público. No habría roterías tales como la tarjeta Bip, porque la locomoción se pagaría todos los meses como una cuenta más. Solo una tarjeta para traspasar el muro del Apumanque para la gente que lo necesite (bien poca en realidad: médicos, abogados y algún gerente cuya oficina central todavía esté en el centro histórico de la ciudad; no se me ocurren más ejemplos) y pases de circulación para una servidumbre debidamente uniformada.
En nuestra sección de la ciudad reinaría el orden y con ello el resto del país se daría cuenta de que nuestra forma de pensar, nuestros valores, nuestro estilo de vida son en realidad la única forma correcta de vivir. Nuestros condominios cada vez más retirados ya son un ejemplo de esto: tenemos incluso nuestra propia policía privada, dejando libres a los carabineros para aportar al debate nacional golpeando a la gente que piensa distinto a nosotros (¿estarán enfermos?); nuestras áreas verdes son privadas, cuidadas por nuestros jardineros y no tienen nada que envidiarle a los espacios públicos. Entre los antejardines de mi casa y los de cuatro vecinos hacemos la Quinta Normal en tamaño (si no lo sabe, la Quinta Normal es un parque que hay en el sector poniente de la capital a donde usted no ha ido nunca y, si Dios es misericordioso, nunca tendrá que ir) y nuestros jardines están mucho mejor cuidados; en nuestras fuentes decorativas no se bañan más que los pajarillos porque para refrescarnos ya tenemos nuestras propias piscinas y la “cuqui” (amorosa ella) construyó una piscina especial para la servidumbre en un lugar de la casa que no conozco y que nadie más tiene por qué ver. Nuestro mundo es un mundo privado que se adapta a nuestras necesidades y genera trabajo para la rotancia. Por si fuera poco, ellos llegan a sentirse casi de la familia recibiendo nuestra ropa usada – y la usamos poco: la “cuqui” usa un vestido máximo dos veces y las niñas se compran ropa todas las semanas. Los niños se estaban comprando ropa dos veces al año, pero ahora, a instancias mías, lo hacen cuatro veces para dejarle la ropa usada a la servidumbre.
Quiero contar una anécdota tierna: mi niño menor me preguntó que por qué en vez de comprarse más ropa que no necesitaba para dejarles la ropa usada a los empleados, no les comprábamos ropa nueva directamente a la rotancia. Yo lo felicité por su buen corazón y su sentido práctico, pero inmediatamente después le hice saber algunos hechos básicos de la vida: los pobres no pueden usar ropa nueva, no por un tema de plata, sino por un tema social ¡no queremos rotos subidos por el chorro tratándonos de tú a tú! El niñito lloró un poco cuando le dije esto. Creo que fui severo, pero cariñoso ¿quién sabe si el día de mañana mi hijo no es otro Padre Hurtado? Sin la parte colorada, claro. En todo caso hablaré con la Dirección de su colegio para cerciorarme de que sus inquietudes sociales están motivadas por los valores cristianos y no por algún profesorcillo medio marxistoide.
Queda claro que patria y propiedad son casi sinónimos y que las familias decentes son las llamadas a ser propietarias de la patria. Así ha sido siempre desde que nuestros ancestros los conquistadores y la posterior inmigración de la aristocracia vasca fundaron este país. Cada vez que alguien ha tratado de trastornar este orden natural y divino de las cosas ha quedado la grande, asumámoslo. 
Esto no significa que no estemos dispuestos a hacer concesiones, como ya lo he mostrado en la descripción del orden social de mi casa y mi vecindario. Nosotros no queremos ser dueños de todo por una mera cuestión de codicia o ambición. Nosotros, la clase dominante y en rigor la única gente con clase, estamos obedeciendo el llamado a ser líderes de este país, a ser garantes del orden, de la seguridad y de la prosperidad de todos. Cuando digo prosperidad de todos, no estoy proponiendo un reparto igualitario de la riqueza – Dios me libre – sino que establezco la verdad que los chilenos parecen haber olvidado: cuando el patrón está bien, todos estamos bien.
Al parecer aún no nos sacamos la contaminación ideológica de los sesenta y setenta y todavía existe ese error generalizado de creer que todos somos iguales. Ése no es el camino al desarrollo, sino que es el camino a la anarquía total y la debacle absoluta. Es por ello que es necesaria una vuelta a los valores tradicionales. Las diferencias entre los hombres, entre los hombres y las mujeres, entre los blancos y la indiada no estaban ahí por mero capricho, sino que son parte de un orden superior impuesto por el mismo Dios en persona. Alejarse del orden establecido es alejarse de Dios y por ende una blasfemia. Cuando la gente estaba más consciente de la presencia de Dios, la gente se conformaba con que todos éramos iguales ante Él. Así, por ejemplo, en las raras ocasiones en que alguien de la clase patronal llegaba a cometer una injusticia producto de que errar es humano, el roto podía encomendarle la venganza a Dios y de esa forma sacarse de encima ese resentimiento que hoy no encuentra ninguna válvula de escape. Con su limitada capacidad para entender el mundo, la clase trabajadora suele interpretar las cosas de manera errónea y así entiende los castigos como arbitrarios, las pagas como injustas, la labor pacificadora de Carabineros de Chile como represión e injusticia, etcétera.

Solo deshaciéndonos de ese detestable mito de la igualdad y devolviendo la patria a sus legítimos propietarios – esto es los padres de familias, pero no de cualquier familia, sino de las familias más decentes y poderosas de Chile – podremos continuar nuestra ruta señera hacia el desarrollo y completar la obra restauradora e incomprendida del General Augusto Pinochet Ugarte, quien no hizo más que sacrificarse en aras del interés de la patria, es decir, en aras de nuestro interés: Chile somos nosotros, los que le hemos dado forma a este país y no la rotancia.

1 comentario:

  1. Me parece genial y me hizo pasar un buen rato. (Se parece bastante al personaje que interpreto en una obrilla que ensayamos). Pero, me pregunto si el autor no terminará por adoptar algunas de estas ideas que va desgranando tan bien.

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