El "Breviario de la Derecha" es un ensayo humorístico publicado en una edición pequeña en 2013 de forma independiente. Es una especie de "Manifiesto Comunista", pero presenta una distopía neoliberal y conservadora descrita por su autor ficticio Evaristo Erreconerrechea Conmuchaserres. Nunca pensé que el texto tuviera un valor tan profético como el que tuvo, a raíz de los últimos acontecimientos, ni que su contenido fuera extensible a muchos otros sectores políticos.
En este blog, será publicado por entregas semanalmente los días domingos. Quien quiera adquirirlo impreso puede hacerlo aquí. O comunicarse con el autor por Facebook

domingo, 17 de abril de 2016

4 Política y Economía

"Camino 832. Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! -¿Qué pasaría si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto distinto del que le pertenece? No es otra la razón del malestar del mundo. -Persevera en tu lugar, hijo mío: desde ahí cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor! "
San Josemaría Escrivá  sobre la movilidad social en "Camino"
En serio. 


En un mundo perfecto, bastaría con ser un buen padre de familia y un buen administrador de patrimonio para que las cosas anduvieran bien. Pero no nos engañemos: no es así. Más abajo del Apumanque,  existe una minoría de inútiles subversivos que, sin embargo, es lo suficientemente numerosa como para amenazar en el sacrosanto orden social que nuestros abuelos y padres lograron pasar a nosotros a costa de sangre sudor y lágrimas. Obviamente no fueron nuestros abuelos, sino los rotos los que sudaron, sangraron y lloraron, para eso los puso Dios en la faz de la tierra que es un valle de lágrimas para ellos, no para nosotros. Este es el correcto sentido de que “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”. Estos rotos, inútiles, subversivos e ignorantes de la voluntad de Dios son la causa de que algunos de nosotros estemos forzados a inmiscuirnos en esta molestia que es la política.
Aquí debo admitir que, hasta el momento de escribir estas líneas, he fallado tanto como la gran mayoría de los miembros de mi justamente privilegiado estamento social. Desde los alegres tiempos de la campaña del ‘Sí,’ no volví a involucrarme en la ordinariez de la cosa pública porque aprendí que las cosas decentes son las cosas privadas. En aquella fatídica noche en que el diablo metió su cola para que las cifras se volcaran y dieran por ganador al pecaminoso ‘No,’ mi familia de ocho hermanos se quedó en la casa con la botella de champaña Don Perignon helada (que me perdone la familia Undurraga) y en silencio. Solo la voz viril de mi padre que dijo “rotos malagradecidos” y un sollozo incomprensible de mi madre rompieron aquel silencio desgarrador. No volví a pisar nunca más la sede de la Juventud de Renovación Nacional que en ese tiempo estaba en la calle Barros Borgoño. Confieso que también estuve a punto de llorar esa noche y que con los años me evadí en el trabajo, la familia, la “cuqui”, que siempre ha sido una cónyuge encantadora, y en general la vida fácil de las personas indiferentes. A pesar de que soy un poco mayor para eso, me volví uno más de la generación que “no estuvo ni ahí”; craso error.
El error fue pasar a formar parte de esa mayoría silenciosa que dio por sentado que todos queríamos vivir en un Chile armonioso en el que las clases bajas se sometieran con alegría y agradecimiento a las clase altas, en un país sin obreros caminando por las calles de nuestros barrios amurallados, una nación sin homosexuales ni hogares monoparentales. Encerrado en mi burbuja de Las Condes estuve seguro de que podíamos sobrevivir sin necesidad de mezclarnos con la chusma. Cuando el loquillo de Sebastián ganó las elecciones, llegué a creer que el mundo volvía a su cauce de orden e integridad siguiendo las leyes naturales de la historia. No podía estar más equivocado. Acúsome de haber rechazado cargos públicos porque el sueldo era reguleque, acúsome de creer que todo lo arreglarían otras personas. Las fuerzas malignas del mediopelaje, del resentimiento, de la antinatural aspiración a la igualdad amenazan Chile. La obra del General Pinochet no fue suficiente. Nuestras acciones en las AFP y las ISAPRES amenazan constantemente con perder su valor porque los rotos siguen exigiendo pensiones de lujo que no se han ganado o atención de salud por la que tampoco han pagado. Cada trabajador en nuestras empresas es un posible saboteador o ladrón porque a todos les han metido en la cabeza que los explotamos, que les robamos algo así como la plusvalía al valor de su trabajo y que cuatrocientos dólares no son suficientes para que viva una familia completa de rotos.
¿No les hemos dado a los rotos acceso a muchos de los mismos bienes que nosotros tenemos? Es cierto que para ello han debido vivir endeudados y pagar varias veces el valor de las cosas en créditos con interés, pero ¿es que acaso debíamos regalarles todo? ¿Cómo voy a pagarle a un tipo lo suficiente para que viva toda su familia si su trabajo no vale eso, por mucho que trabaje de sol a sol, haga horas extras y se dañe la espalda cargando cajas en la bodega? ¿Para qué un roto puede querer tanta plata? ¿Para mandar a sus hijos a la universidad, para comprar eso que llaman movilidad social?
Éstas y otras cavilaciones me motivaron a escribir este libro.  Ha llegado la hora de que hablemos de economía y política, que no es mezclar peras con manzanas porque con plata se compran huevos.
El sistema económico perfecto fue descubierto en 1776 por el escocés Adam Smith y listo. La economía debió haberse quedado ahí y nadie debió trabajar más que en los detalles técnicos acerca de cómo producir más y mejor. Estoy convencido de que gran parte de las funestas revisiones que vinieron después de Smith se deben a que tenía apellido de roto y a su única y terrible omisión, producto del espíritu racionalista de su época: la mano invisible que regula el mercado es la mano de Dios Padre Todopoderoso. El orden capitalista no es simplemente el mejor orden de cosas para la economía, es el orden divino y sagrado de la economía. La intromisión del Estado en este orden sagrado es, por ende, casi un sacrilegio o una blasfemia. Me extraña que Su Santidad no haya expresado esta verdad evidente. Sin duda el Papa debe estar acosado por la sarta de homosexuales, ateos, socialistas y herejes varios que se han apoderado del viejo continente.
El sistema capitalista reparte naturalmente los bienes entre los ciudadanos según sus méritos, con lo cual logra una justicia social perfecta. La justicia consiste en dar a cada quien lo que merece y no en que todos puedan tener de todo. La gente alcanzaría la felicidad si lograra conformarse con lo que tiene, si aprendiera el placer de servir a la raza blanca superior. Dejémonos de idioteces, la raza blanca es la raza superior. No estoy diciendo que haya matar al resto de las razas, a no ser que se desubiquen. Todas las razas tienen su lugar en el mundo, pero no todos pueden ser caciques, tiene que haber también indios. La aparente desigualdad se debe a que las personas no se han dado cuenta que el que nace chicharra debe morir cantando porque Dios los quiere en ese lugar, como supo verlo el preclaro san José María Escrivá de Balaguer: "El trabajo es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo". Pero claro, como la llamada clase trabajadora ha corrido tras los voladores de luces del comunismo, ahora resulta que no quiere trabajar y cree que el trabajo es un mal. Lo peor de todo, es que la clase trabajadora cree que los ricos no trabajamos, lo cual es tremendamente falso. Nosotros tenemos sobre los hombros la pesada carga del mando y es por ello que la vida, la naturaleza y el capitalismo nos recompensan con generosidad. Así lo ha querido Dios y rebelarse contra ello es rebelarse contra Su espíritu.
Los males del mundo contemporáneo hay que verlos no en el sistema capitalista, sino en la decadencia moral de la sociedad causada por la sacrílega intromisión del Estado. Por ejemplo, en los tiempos del abuelo Onofre, no había ningún tipo de previsión social ¿acaso por ello los peones del abuelo no tenían salud? Mi abuelo se preocupaba personalmente de la salud no solo física, sino también moral de sus peones. Construyó una modesta capilla en su fundo y toda la servidumbre estaba obligada a ir a misa temprano los días domingos. De esa forma evitaba que el peonaje se entregara al alcoholismo los sábados por la noche. Cuando el Estado se entrometió en la vida económica chilena, las cosas se vinieron abajo. Si el Estado iba a preocuparse de la salud de los trabajadores subiendo para ello los impuestos de la antigua clase patronal, no podía pedirse al patrón que se preocupara de la salud de sus empleados y por supuesto que todo se hacía mal porque el Estado no es eficiente.
No soy un ingenuo nostálgico de un orden social que se fue para siempre. La clase empresarial de ahora no se parece a la clase patronal de antaño. Esto en gran medida porque no todos sus integrantes son descendientes de los antiguos dueños de fundo – a veces sospecho incluso que la mayoría de nuestra moderna élite tiene su origen en la clase media. Ahora bien, esto no significa que por ello debamos seguir involucrando al Estado en la vida económica del país. Debemos recordar que, en primer lugar, la debacle moderna se debe a la “movilidad social” permitida por las reformas socialistas de los gobiernos radicales. “Gobernar es educar,” decía el siútico de Aguirre Cerda ¿qué estaría pensando? ¡Gobernar es dar pan y circo! Fue la educación la que permitió que ordinarios se mezclaran en nuestra poderosa élite y fueron ellos quienes legalizaron el cohecho, la negociación colectiva y los derechos de los trabajadores.
Repito que ya es muy tarde para corregir los errores del pasado y volver al antiguo régimen. Gracias a la Providencia que los genios de la escuela de Chicago encontraron la solución para todos nuestros problemas: ellos privatizaron la seguridad social devolviendo el control de las cosas a la gente que siempre debió controlar las cosas. Las AFP y las ISAPRES permitieron que los ahorros de la clase trabajadora fueran una fuente de riqueza para nosotros, devolviéndole alguna medida de libre mercado a la seguridad social.
Pero claro, el comunismo – llámese socialismo, social democracia o democracia cristiana, etcétera, todo es lo mismo – convenció a la gente de que por el solo hecho de vivir merece que esta vida se dé en condiciones dignas. Eso no es cierto. Si nuestra clase gozó de ciertos privilegios, ello se debe única y exclusivamente al trabajo de nuestros padres y abuelos y al cuidado que nuestras madres y abuelas nos regalaron siguiendo el orden natural de las cosas y quedándose en casa para cuidar de sus hijos. Ellos se ganaron un futuro mejor para nosotros, ellos nos rodearon de cosas hermosas, pero sobre cada generación de aristócratas recae el peso de mantener la belleza de las cosas como las heredamos. Es así como cada generación de aristócratas se vuelve meritócrata.
La rotancia no sabe estas cosas. Una vez alguien muy querido para mí me dijo que si ellos supieran cuánto nos esforzamos para mantener las cosas en su lugar, para conservar la integridad del sistema y de los valores, seguramente recuperaríamos su respeto. Recuerdo que, joven y alocado como era,  respondí con las soberbia que caracteriza a las juventudes de todos los tiempos: “¡qué tenemos que andarle dando explicaciones a esos cumas!” No le puse atención entonces, pero el abuelo Onofre me habló de las fiestas que organizaba en su fundo antes de que se lo expropiaran, de cómo las ramadas corrían completamente por su cuenta y con bar abierto, de cómo los rotos y las rotas le agradecían y le daban sus parabienes a sus hijos y nietos, entre ellos a mí, que era niño. Yo le decía que había malcriado al inquilinaje, pero él me contó que su fundo fue expropiado por obreros de la capital y no por los inquilinos de su fundo a los que él siempre mantuvo contentos, con el estómago lleno, pero libres del mundo exterior y del dinero que tan fácilmente corrompe a las clases bajas. Mi otro abuelo, el abuelo Evaristo Segundo, me hablaba de cómo siempre estaba ahí con los obreros, porque había que vigilarlos para que trabajaran. Él mismo se ponía un overol para demostrarles que podía trabajar más que ellos y luego se ponía su  terno para cumplir con las funciones gerenciales de la pesquera que quebró intervenida por el abyecto gobierno de la Unidad Popular. Después de la restauración de Pinochet, el abuelo comenzó otra empresa y sus obreros volvieron a trabajar con él, porque se dieron cuenta de la ley fundamental de la industria: si el patrón está bien, los trabajadores están bien. La casa del abuelo Evaristo estaba en el mismo terreno de la empresa, con lo que no solo evitaba molestas contribuciones, sino que además vigilaba y se mantenía cerca de sus trabajadores.
¿Qué hicimos mal? Nos fuimos al sector oriente de la capital. En un legítimo afán de pureza social, hicimos que las clases dominadas se imaginaran nuestras vidas como una vida de lujo y vagancia. La televisión del régimen del General, sin querer, por supuesto, alimentó este mito con los estelares como Viva el Lunes y otros de los que ya no me acuerdo. El Festival de la Una, que era el estelar del medio día que mantenía a los rotos contentos en su lugar, fue sacado del aire y la misión pacificadora de Enrique Maluenda no fue comprendida. Rotos metidos a gente se apoderaron de las pantallas y de Revista Cosas. Esos siúticos mostraron vacaciones en Miami que de pronto todo el mundo codiciaba – Miami es, como todos sabemos, el epítome de la ordinariez: un montón de caribeños podridos en plata mancillando el buen gusto. La aparentemente inocente “Cámara Viajera” de Don Francisco hizo creer a los rotos que había un mundo mucho más “chori” allá afuera, como me dijo una de mis nanas cuando era joven. Ahora resulta que el hijo de esa nana se fue a Australia y que su nieto ostenta un doctorado en algo y que se la llevaron fuera del país ¡al menos tuvieron la decencia de unir movilidad con emigración!
Fue el propio régimen autoritario del General Pinochet el que causó la debacle social que vivimos ahora. Pinochet fue orden para hoy y caos para mañana. No quiero que piensen que juzgo al General con demasiada dureza: yo mismo no tengo una solución mejor que la de él. Nuevos negocios necesitaban nuevos clientes y para ello había que crear necesidades en las personas. La publicidad, que hasta entonces no era sino una serie de avisos más bien informativos y a veces entretenidos, evolucionó para transformarse en una herramienta de precisión en la creación de nuevas necesidades en la gente. Nuestros bancos necesitaban personas pidiendo créditos de consumo, la economía necesitaba crecer. Si los rotos se hubieran conformado con las baratijas que ofrecía Panamtur y – hagamos la autocrítica – si nosotros mismos no nos hubiéramos pisado la cola y no les hubiéramos ofrecido educación y movilidad social en nuestras universidades privadas ni en nuestros colegios subvencionados de La Florida, nada hubiera sucedido.
Pero la educación era demasiado buen negocio. La doctrina de Adam Smith nos obligaba a buscar el lucro en interés del mercado y el mercado es la expresión de la voluntad de Dios en la tierra. Nuestra falla no estuvo en poner colegios ni en fundar universidades con fines de lucro – fin santo de todas las cosas buenas. Nuestra falla estuvo en no acompañar nuestro desarrollo económico con los valores cristianos garantes del status quo. “Te estamos educando para que sirvas mejor desde tu lugar, no para que subas al nuestro”. Yo no sé cómo es que ningún colegio ni ninguna universidad tiene esta divisa como su lema. La educación no es igual para todos. Así, mientras la educación de nuestros hijos debe tener por objeto formar a los líderes del mañana, la educación de las clases inferiores debe tener por objeto formar a la mano de obra calificada del mañana. No pusimos la suficiente energía en la selección de profesores de nuestras universidades ni de nuestros colegios. En el mejor de los casos nos dejamos impresionar por magísteres y doctorados de la Sorbona, de Harvard y en general de muchas de las mejores universidades del mundo. No advertimos que muchos de los profesores universitarios habían obtenido dichas calificaciones en el exilio de ellos mismos o de sus padres y que habían aprendido no solo a pensar, sino además a difundir las así llamadas “virtudes” del pensamiento crítico. Volvían con todo y diplomas los mismos marxistas de antes, ahora convertidos en teóricos críticos, sociólogos, literatos y filósofos ateos. La faculty de nuestras universidades privadas llegó muchas veces a parecerse al profesorado de la Universidad de Chile, a veces incluso incluyó a profesores de la Universidad de Chile. En nuestra ceguera – y aquí me incluyo aunque yo nunca fui tan inocente, pero tengo que solidarizar con mi clase – creímos que el conocimiento era neutro, útil. Pero resulta que hay conocimiento bueno y conocimiento malo. Saber de la depravación que significa el concepto de lucha de clases no es bueno, a no ser que uno pertenezca a la clase adecuada y esté dispuesto a luchar por esa clase; algo tan inocuo como la teoría de la evolución de las especies hace que personas superficiales cuestionen la existencia misma de Dios. He escuchado al respecto argumentos materialistas tan obtusos como que la sola crueldad que implica el proceso evolutivo lleva necesariamente a pensar que o no existe un Dios benevolente o que no existe un Dios en absoluto. El mismo Darwin cayó presa de este razonamiento en el Siglo XIX, producto sin duda de no haber rezado lo suficiente. Los estadounidenses, quiero decir los gringos decentes, han advertido el peligro que implica una doctrina aparentemente fría y científica y se han esforzado en enseñar el llamado diseño inteligente, pero claro, han perdido terreno en contra de la comunidad científica que, como todos sabemos, es por definición marxista y atea.
Yo no pretendo tener la soberbia de saber biología, ni mucho menos saber la validez de tan controversial teoría. Yo solo sé que todo lo que ocurre, ocurre por la voluntad de Dios o si no, no ocurriría. Yo solo sé, porque me lo enseñaron en mi colegio y porque soy una persona católica y decente, que Dios tiene un plan y que en ese plan la clase que ahora domina, lo hace por voluntad de Dios. De esto se sigue por mera transitividad, que el plan de nosotros, la clase que tiene a su cargo los destinos de la nación, es al mismo tiempo el plan del mismísimo Dios.
Así expuestas estas verdades evidentes deberían generar un consenso inmediato en las personas razonables y de bien. Si esto cierto ¿cómo es que ese consenso no ha surgido?
Para mí la respuesta es tan clara y tan simple como todas las respuestas a los problemas fundamentales de la vida: no hemos expuesto estas verdades con la debida energía ni con la debida claridad.
En un intento por ser “choris”  como decía mi nana de principios de los ochenta – bendita década de orden, patria y racionalidad – hemos relativizado nuestros discursos públicos al punto de que he llegado a preguntarme si todavía tenemos claras nuestras posturas acerca de las cuestiones básicas de la sociedad.
Por alguna razón que desconozco, dejamos de ejercer la autoridad propia de nuestra clase y nos volvimos simpáticos, en vez de llamarnos la aristocracia castellano-vasca pasamos a llamarnos  “los cuicos”, “la gente como uno” y a veces siento que en ello hasta hubo cierto dejo de culpa, pero ¿culpa por qué? ¿Por haber nacido en hogares decentes con padres cariñosos y responsables y madres castas y devotas? ¿Por haber tenido una educación digna y con valores tradicionales no solo en el colegio, sino sobre todo, como dije más arriba, en la casa? ¿Acaso somos culpables por tener abuelos con zapatos y no abuelos proletarios?
Así negociamos, confraternizamos e incluso hubo algunos casos de aristócratas que se casaron con personas de clases inferiores y nos olvidamos de quiénes éramos (como dije más arriba, no está mal incorporar de cuando en vez elementos talentosos del mediopelaje, pero estos elementos deben siempre adherir a nuestros valores, ritos y costumbres y nunca nosotros a los de ellos). Existen por cierto héroes del intelecto de clase como Hermógenes Pérez de Arce y Teresa Marinovic, quienes son maltratados cada vez que se atreven a publicar una columna en ese pasquín izquierdoso  que es El Mostrador.  Ellos sufren el bullying de la rotancia, que, a diferencia del nuestro, es peligrosamente subversivo.
Es hora de que esta confraternidad degenerada termine. No somos todos iguales, no se pueden mezclar peras con manzanas. Es hora de unirnos a Teresa y a Hermógenes y pregonar lo que realmente pensamos, porque es de una claridad autoevidente que tenemos razón: Pinochet sí salvó la patria de convertirse en otra Cuba. Qué lata que haya tenido que morir gente, pero ello ocurrió o porque algo habían hecho o por algún exceso de algún suboficial. En este caso es hora de que la gente se resigne y acepte la voluntad de Dios. No, los homosexuales no pueden casarse porque son una pobre gente enferma. La verdadera injusticia es negarles el tratamiento que necesitan por prejuicios marxistas y no aceptarlos a la fuerza como si fueran personas normales. Los estudiantes deben estudiar, los trabajadores deben trabajar y las calles deben estar libres para que las personas puedan transitar con libertad y seguridad.
Es hora de llamar a la patria al orden y no a cualquier orden, sino al orden divino de las cosas que nunca debió haber sido alterado por esa manga de marxistas-anarquistas inútiles y subversivos. El futuro y el bienestar de nuestra clase dependen de que ganemos el nuevo combate ideológico y el futuro de nuestra clase es clave para el bienestar de todo el país y en última instancia, de la humanidad ¡adelante aristócratas de Chile, uníos porque Dios está con nosotros, como lo demuestra sobradamente nuestra prosperidad económica en la tierra!
Quiero apaciguar mi agitación con una frase moderadora de San José María Escrivá de Balaguer: “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra". En nuestro país esa frase se refiere a nosotros, “la gente como uno”, “los cuicos”, la aristocracia blanca y eminentemente castellano-vasca de Chile.



2 comentarios:

  1. Inteligente exordio de una pluma fina, en análisis histórico de nuestras clases sociales:" dos", los de Arriba y los de Abajo. Juntarnos, como en una sola piña de leña, ya no es posible, somos como el agua y el aceite en nuestra enjundia que nos revuelve las
    vísceras, y las más, nos ciega. cómo vamos a ser un país amable, si hasta cuando nos damos la mano, los otros ojos nos recorren de arria a bajo, automática es la comparación. La duda. La sospecha.
    Una narrativa literaria de excelente ironía: Inteligente. La posición del narrador es, compararnos con las urgencia de uno y con el otro bando. La aristocracia y el rotage. El primero puede creer en Dios, el otro necesita mucho dinero para que Dios lo oiga, o de algún modo le tienda la mano con una "gauchadita"... dan ganas de reír y llorar; a mí se me sube la pluma hasta las mechas. ¡Excelente!

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