El "Breviario de la Derecha" es un ensayo humorístico publicado en una edición pequeña en 2013 de forma independiente. Es una especie de "Manifiesto Comunista", pero presenta una distopía neoliberal y conservadora descrita por su autor ficticio Evaristo Erreconerrechea Conmuchaserres. Nunca pensé que el texto tuviera un valor tan profético como el que tuvo, a raíz de los últimos acontecimientos, ni que su contenido fuera extensible a muchos otros sectores políticos.
En este blog, será publicado por entregas semanalmente los días domingos. Quien quiera adquirirlo impreso puede hacerlo aquí. O comunicarse con el autor por Facebook

domingo, 24 de abril de 2016

5 La Patria

si hoy es posible controlar a un conductor para pedirle los papeles del auto, por qué no solicitar la identificación a una persona. Esto no tiene nada que ver con la detención por sospecha
Felipe Harboe... ¿PPD?



Grandes males se evitaría nuestra sociedad si tuviera algún concepto de patria, como en los viejos tiempos, cuando los niños cantaban el himno nacional todos los lunes e izaban la bandera. Tiempos aquellos cuando nuestro himno además honraba a “nuestros nobles valiente soldados.” En todo caso, desde la derrota del ‘Sí’ en aquel funesto plebiscito – en  el que además dimos un inmerecido ejemplo de civilidad no matando a los rotos sublevados de nuevo – pareciera que nos hubiéramos olvidado de que todos, rotos y gente, somos chilenos y formamos parte de una nación y una comunidad, no de una manera comunista, pero de una comunidad al fin.
La palabra patria viene del latín en donde la palabra era la misma – ¿no es maravilloso cuando las cosas no cambian? – y significa la tierra de los padres. O sea la patria es la tierra de los padres, que antes era de los abuelos y antes de los bisabuelos y antes no era de nadie, porque la indiada nunca – y que quede claro, nunca – tuvo títulos legítimos de propiedad otorgados por alguna autoridad cristiana.
Si la patria era la tierra de nuestros padres, es legítimo entonces que nosotros seamos sus legítimos herederos. Yo sé que parece redundante que repita la palabra ‘legítimo’, pero resulta que el objeto de este Breviario es dejarle las cosas claras a gente que no es tan preclara como usted, que percibió mi aparente redundancia. Disculpe, pero este libro también es para rotos que apenas sí saben leer, aunque yo sé que usted se deleita en la armonía de los principios aquí expuestos. Con todo, le suplico que perdone mis redundancias y énfasis y aprecie que escribí un libro que usted puede pasarle a sus empleados y sirvientes.
Es garante de la institucionalidad el hecho de que la patria esté en manos privadas para hacerla productiva, eficiente y bullente de energía. No sacamos nada si ese campo de flores bordado que nos dio por baluarte el Señor continúa siendo propiedad pública improductiva – ¡qué contradicción más grande! ¡propiedad pública! Una cosa o es propiedad o es pública y más vale que los abogados empiecen a ubicarse. Si realmente queremos el desarrollo de esa patria, de esa tierra de los padres, tenemos que ponerla en manos de responsables padres de familia, es decir en manos de gente como nosotros, que ya tenemos experiencia en la tenencia de personas y tierras.
Obviamente, esta norma de elemental lógica no se cumple en nuestros decadentes días de democracia: uno de los principales desórdenes es que existen tierras del Estado que están “protegidas” de la explotación en beneficio de especies que no son humanas. Así, por ejemplo, el Parque Nacional Puyehue es una reserva protegida en beneficio de los pumas. Esto hace que una enorme cantidad de hectáreas de bosque nativo permanezcan fuera del alcance de nuestra maquinaria productiva. Existe la extraña idea de que un bosque natural es mejor que uno producido por el hombre. Esto es simplemente ridículo: en un bosque artificial, los árboles están separados por distancias equidistantes, lo que los hace crecer más rectos y no existen otras especies de arbustos que dificulten el paso de la maquinaria o de los trabajadores. Todas esas hectáreas de ese parque nacional fueron protegidas para favorecer a un gato gigante que si pudiera nos comería a nosotros ¿dónde se ha visto?
Otro vicio de la propiedad privada es que los recursos del subsuelo y del mar pertenezcan al Estado ¿qué clase de socialismo es ese? Gracias a Pinochet y al trabajo de nuestros parlamentarios, hicimos una ley de concesiones que se adapta a las necesidades de nuestra clase – que entre paréntesis es la única verdadera clase porque los rotos no tienen clase. Con todo, este orden de cosas no es suficiente. Podemos ver, por ejemplo, que el yerno del General Pinochet no pudo acceder a la explotación del litio producto del clamor de las masas. Eso pasa porque las masas creen que el litio es de todos y consignas tales como “el litio es nuestro” han aparecido incluso como hashtags del Twitter.  La Internet ya no es lo que era  cuando las niñitas podían chatear tranquilamente con sus amiguitas y conocer a chiquillos de buena familia ¡ahora cualquier roto tiene un PC y el Twitter es la peor rotería del mundo!
Esto se solucionaría si abandonamos de una buena vez todo socialismo y aceptamos que la propiedad privada de los medios de producción es una ley tan natural como que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer.
Por último, la tercera desviación de una patria verdadera son los bienes de uso público urbano ¿por qué la calle tiene que ser de todos? ¿No debiera esto limitarse a los barrios en donde vive la rotancia incapaz de pagar por sus propias calles? Me refiero a lugares como La Pintana, La Victoria, Providencia o Ñuñoa. Hace unos días vi que un carabinero le pidió su carné a un muchachón moreno de dudoso origen y tendencia sexual (tenía el pelo largo). Cuando el joven le entregó el carné al policía, se quejó diciendo “la calle es pública”. Debo lamentar que el roto tenía razón y que pese a que el carabinero le dio las debidas admoniciones, no pudo arrestarlo por andar fuera de su barriada de origen.
La propiedad pública de las calles ha hecho que, en la práctica, el carné de identidad se haya transformado en un pase libre para que los rotos se metan a nuestros barrios y tengamos que verlos. Así hay un montón de plebe que transita sin uniforme y uno no puede saber si son parte del servicio de alguien o no. La autoridad considera que antes de subirse a un auto, las personas deben portar una licencia de conducir. Esto es lo más natural del mundo. Sin embargo, si pidiéramos un examen y una licencia para transitar en nuestros barrios, la gente nos trataría de racistas, discriminadores y quién sabe qué.
Las preguntas para ese examen imposible que permita a la gente transitar por nuestros barrios serían:
¿Dónde vive?
¿Se ubica usted?
¿Es usted chileno o shileno?
Se me podrá decir que con solo la primera pregunta bastaría, pero he conocido a hijos díscolos de familias decentes que se van a vivir a otros barrios por mero impulso bohemio. Pero esto es hipotético e impracticable porque la calle es un bien de uso público y todos tienen derecho al libre tránsito, como si fuéramos todos iguales. Somos iguales ante Dios porque nos mira de arriba, obvio, pero esa sería toda la igualdad posible.
Sin necesidad de mayores reformas constitucionales, todo sería más fácil y expedito si privatizáramos del Apumanque para arriba y cerráramos las calles. ¡Las cosas estaban tan bien cuando el metro llegaba hasta la Escuela Militar! Era además un símbolo perfecto del rol del ejército que consiste en combatir a los enemigos tanto externos como internos de la patria. El tren, símbolo del progreso y de los rotos en su lugar, llegaba justo donde comenzaba el Santiago decente y en adelante solo podían seguir las personas que podían movilizarse por sus propios medios – aunque tener un auto ya no garantiza nada. Es por eso que propongo privatizar nuestra parte de la ciudad. No pido ningún favor, nosotros podríamos pagar el costo de lo que ello significa ¡imagínense buses verdes transportando a los vecinos sin contaminar, mientras que buses de otro color transportarían por separado a la servidumbre! Los vecinos-propietarios podríamos vivir en paz, sin el constante temor de ver a algún resentido por la calle que mire a nuestras niñas como solo las niñas de color deben ser miradas. Imagínense las calles limpias, convertidas casi en peatonales porque no necesitaríamos aislarnos del medioambiente en nuestros autos y la locomoción colectiva de calidad sería privada de nosotros, por tanto ya no sería transporte público. No habría roterías tales como la tarjeta Bip, porque la locomoción se pagaría todos los meses como una cuenta más. Solo una tarjeta para traspasar el muro del Apumanque para la gente que lo necesite (bien poca en realidad: médicos, abogados y algún gerente cuya oficina central todavía esté en el centro histórico de la ciudad; no se me ocurren más ejemplos) y pases de circulación para una servidumbre debidamente uniformada.
En nuestra sección de la ciudad reinaría el orden y con ello el resto del país se daría cuenta de que nuestra forma de pensar, nuestros valores, nuestro estilo de vida son en realidad la única forma correcta de vivir. Nuestros condominios cada vez más retirados ya son un ejemplo de esto: tenemos incluso nuestra propia policía privada, dejando libres a los carabineros para aportar al debate nacional golpeando a la gente que piensa distinto a nosotros (¿estarán enfermos?); nuestras áreas verdes son privadas, cuidadas por nuestros jardineros y no tienen nada que envidiarle a los espacios públicos. Entre los antejardines de mi casa y los de cuatro vecinos hacemos la Quinta Normal en tamaño (si no lo sabe, la Quinta Normal es un parque que hay en el sector poniente de la capital a donde usted no ha ido nunca y, si Dios es misericordioso, nunca tendrá que ir) y nuestros jardines están mucho mejor cuidados; en nuestras fuentes decorativas no se bañan más que los pajarillos porque para refrescarnos ya tenemos nuestras propias piscinas y la “cuqui” (amorosa ella) construyó una piscina especial para la servidumbre en un lugar de la casa que no conozco y que nadie más tiene por qué ver. Nuestro mundo es un mundo privado que se adapta a nuestras necesidades y genera trabajo para la rotancia. Por si fuera poco, ellos llegan a sentirse casi de la familia recibiendo nuestra ropa usada – y la usamos poco: la “cuqui” usa un vestido máximo dos veces y las niñas se compran ropa todas las semanas. Los niños se estaban comprando ropa dos veces al año, pero ahora, a instancias mías, lo hacen cuatro veces para dejarle la ropa usada a la servidumbre.
Quiero contar una anécdota tierna: mi niño menor me preguntó que por qué en vez de comprarse más ropa que no necesitaba para dejarles la ropa usada a los empleados, no les comprábamos ropa nueva directamente a la rotancia. Yo lo felicité por su buen corazón y su sentido práctico, pero inmediatamente después le hice saber algunos hechos básicos de la vida: los pobres no pueden usar ropa nueva, no por un tema de plata, sino por un tema social ¡no queremos rotos subidos por el chorro tratándonos de tú a tú! El niñito lloró un poco cuando le dije esto. Creo que fui severo, pero cariñoso ¿quién sabe si el día de mañana mi hijo no es otro Padre Hurtado? Sin la parte colorada, claro. En todo caso hablaré con la Dirección de su colegio para cerciorarme de que sus inquietudes sociales están motivadas por los valores cristianos y no por algún profesorcillo medio marxistoide.
Queda claro que patria y propiedad son casi sinónimos y que las familias decentes son las llamadas a ser propietarias de la patria. Así ha sido siempre desde que nuestros ancestros los conquistadores y la posterior inmigración de la aristocracia vasca fundaron este país. Cada vez que alguien ha tratado de trastornar este orden natural y divino de las cosas ha quedado la grande, asumámoslo. 
Esto no significa que no estemos dispuestos a hacer concesiones, como ya lo he mostrado en la descripción del orden social de mi casa y mi vecindario. Nosotros no queremos ser dueños de todo por una mera cuestión de codicia o ambición. Nosotros, la clase dominante y en rigor la única gente con clase, estamos obedeciendo el llamado a ser líderes de este país, a ser garantes del orden, de la seguridad y de la prosperidad de todos. Cuando digo prosperidad de todos, no estoy proponiendo un reparto igualitario de la riqueza – Dios me libre – sino que establezco la verdad que los chilenos parecen haber olvidado: cuando el patrón está bien, todos estamos bien.
Al parecer aún no nos sacamos la contaminación ideológica de los sesenta y setenta y todavía existe ese error generalizado de creer que todos somos iguales. Ése no es el camino al desarrollo, sino que es el camino a la anarquía total y la debacle absoluta. Es por ello que es necesaria una vuelta a los valores tradicionales. Las diferencias entre los hombres, entre los hombres y las mujeres, entre los blancos y la indiada no estaban ahí por mero capricho, sino que son parte de un orden superior impuesto por el mismo Dios en persona. Alejarse del orden establecido es alejarse de Dios y por ende una blasfemia. Cuando la gente estaba más consciente de la presencia de Dios, la gente se conformaba con que todos éramos iguales ante Él. Así, por ejemplo, en las raras ocasiones en que alguien de la clase patronal llegaba a cometer una injusticia producto de que errar es humano, el roto podía encomendarle la venganza a Dios y de esa forma sacarse de encima ese resentimiento que hoy no encuentra ninguna válvula de escape. Con su limitada capacidad para entender el mundo, la clase trabajadora suele interpretar las cosas de manera errónea y así entiende los castigos como arbitrarios, las pagas como injustas, la labor pacificadora de Carabineros de Chile como represión e injusticia, etcétera.

Solo deshaciéndonos de ese detestable mito de la igualdad y devolviendo la patria a sus legítimos propietarios – esto es los padres de familias, pero no de cualquier familia, sino de las familias más decentes y poderosas de Chile – podremos continuar nuestra ruta señera hacia el desarrollo y completar la obra restauradora e incomprendida del General Augusto Pinochet Ugarte, quien no hizo más que sacrificarse en aras del interés de la patria, es decir, en aras de nuestro interés: Chile somos nosotros, los que le hemos dado forma a este país y no la rotancia.

domingo, 17 de abril de 2016

4 Política y Economía

"Camino 832. Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! -¿Qué pasaría si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto distinto del que le pertenece? No es otra la razón del malestar del mundo. -Persevera en tu lugar, hijo mío: desde ahí cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor! "
San Josemaría Escrivá  sobre la movilidad social en "Camino"
En serio. 


En un mundo perfecto, bastaría con ser un buen padre de familia y un buen administrador de patrimonio para que las cosas anduvieran bien. Pero no nos engañemos: no es así. Más abajo del Apumanque,  existe una minoría de inútiles subversivos que, sin embargo, es lo suficientemente numerosa como para amenazar en el sacrosanto orden social que nuestros abuelos y padres lograron pasar a nosotros a costa de sangre sudor y lágrimas. Obviamente no fueron nuestros abuelos, sino los rotos los que sudaron, sangraron y lloraron, para eso los puso Dios en la faz de la tierra que es un valle de lágrimas para ellos, no para nosotros. Este es el correcto sentido de que “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”. Estos rotos, inútiles, subversivos e ignorantes de la voluntad de Dios son la causa de que algunos de nosotros estemos forzados a inmiscuirnos en esta molestia que es la política.
Aquí debo admitir que, hasta el momento de escribir estas líneas, he fallado tanto como la gran mayoría de los miembros de mi justamente privilegiado estamento social. Desde los alegres tiempos de la campaña del ‘Sí,’ no volví a involucrarme en la ordinariez de la cosa pública porque aprendí que las cosas decentes son las cosas privadas. En aquella fatídica noche en que el diablo metió su cola para que las cifras se volcaran y dieran por ganador al pecaminoso ‘No,’ mi familia de ocho hermanos se quedó en la casa con la botella de champaña Don Perignon helada (que me perdone la familia Undurraga) y en silencio. Solo la voz viril de mi padre que dijo “rotos malagradecidos” y un sollozo incomprensible de mi madre rompieron aquel silencio desgarrador. No volví a pisar nunca más la sede de la Juventud de Renovación Nacional que en ese tiempo estaba en la calle Barros Borgoño. Confieso que también estuve a punto de llorar esa noche y que con los años me evadí en el trabajo, la familia, la “cuqui”, que siempre ha sido una cónyuge encantadora, y en general la vida fácil de las personas indiferentes. A pesar de que soy un poco mayor para eso, me volví uno más de la generación que “no estuvo ni ahí”; craso error.
El error fue pasar a formar parte de esa mayoría silenciosa que dio por sentado que todos queríamos vivir en un Chile armonioso en el que las clases bajas se sometieran con alegría y agradecimiento a las clase altas, en un país sin obreros caminando por las calles de nuestros barrios amurallados, una nación sin homosexuales ni hogares monoparentales. Encerrado en mi burbuja de Las Condes estuve seguro de que podíamos sobrevivir sin necesidad de mezclarnos con la chusma. Cuando el loquillo de Sebastián ganó las elecciones, llegué a creer que el mundo volvía a su cauce de orden e integridad siguiendo las leyes naturales de la historia. No podía estar más equivocado. Acúsome de haber rechazado cargos públicos porque el sueldo era reguleque, acúsome de creer que todo lo arreglarían otras personas. Las fuerzas malignas del mediopelaje, del resentimiento, de la antinatural aspiración a la igualdad amenazan Chile. La obra del General Pinochet no fue suficiente. Nuestras acciones en las AFP y las ISAPRES amenazan constantemente con perder su valor porque los rotos siguen exigiendo pensiones de lujo que no se han ganado o atención de salud por la que tampoco han pagado. Cada trabajador en nuestras empresas es un posible saboteador o ladrón porque a todos les han metido en la cabeza que los explotamos, que les robamos algo así como la plusvalía al valor de su trabajo y que cuatrocientos dólares no son suficientes para que viva una familia completa de rotos.
¿No les hemos dado a los rotos acceso a muchos de los mismos bienes que nosotros tenemos? Es cierto que para ello han debido vivir endeudados y pagar varias veces el valor de las cosas en créditos con interés, pero ¿es que acaso debíamos regalarles todo? ¿Cómo voy a pagarle a un tipo lo suficiente para que viva toda su familia si su trabajo no vale eso, por mucho que trabaje de sol a sol, haga horas extras y se dañe la espalda cargando cajas en la bodega? ¿Para qué un roto puede querer tanta plata? ¿Para mandar a sus hijos a la universidad, para comprar eso que llaman movilidad social?
Éstas y otras cavilaciones me motivaron a escribir este libro.  Ha llegado la hora de que hablemos de economía y política, que no es mezclar peras con manzanas porque con plata se compran huevos.
El sistema económico perfecto fue descubierto en 1776 por el escocés Adam Smith y listo. La economía debió haberse quedado ahí y nadie debió trabajar más que en los detalles técnicos acerca de cómo producir más y mejor. Estoy convencido de que gran parte de las funestas revisiones que vinieron después de Smith se deben a que tenía apellido de roto y a su única y terrible omisión, producto del espíritu racionalista de su época: la mano invisible que regula el mercado es la mano de Dios Padre Todopoderoso. El orden capitalista no es simplemente el mejor orden de cosas para la economía, es el orden divino y sagrado de la economía. La intromisión del Estado en este orden sagrado es, por ende, casi un sacrilegio o una blasfemia. Me extraña que Su Santidad no haya expresado esta verdad evidente. Sin duda el Papa debe estar acosado por la sarta de homosexuales, ateos, socialistas y herejes varios que se han apoderado del viejo continente.
El sistema capitalista reparte naturalmente los bienes entre los ciudadanos según sus méritos, con lo cual logra una justicia social perfecta. La justicia consiste en dar a cada quien lo que merece y no en que todos puedan tener de todo. La gente alcanzaría la felicidad si lograra conformarse con lo que tiene, si aprendiera el placer de servir a la raza blanca superior. Dejémonos de idioteces, la raza blanca es la raza superior. No estoy diciendo que haya matar al resto de las razas, a no ser que se desubiquen. Todas las razas tienen su lugar en el mundo, pero no todos pueden ser caciques, tiene que haber también indios. La aparente desigualdad se debe a que las personas no se han dado cuenta que el que nace chicharra debe morir cantando porque Dios los quiere en ese lugar, como supo verlo el preclaro san José María Escrivá de Balaguer: "El trabajo es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo". Pero claro, como la llamada clase trabajadora ha corrido tras los voladores de luces del comunismo, ahora resulta que no quiere trabajar y cree que el trabajo es un mal. Lo peor de todo, es que la clase trabajadora cree que los ricos no trabajamos, lo cual es tremendamente falso. Nosotros tenemos sobre los hombros la pesada carga del mando y es por ello que la vida, la naturaleza y el capitalismo nos recompensan con generosidad. Así lo ha querido Dios y rebelarse contra ello es rebelarse contra Su espíritu.
Los males del mundo contemporáneo hay que verlos no en el sistema capitalista, sino en la decadencia moral de la sociedad causada por la sacrílega intromisión del Estado. Por ejemplo, en los tiempos del abuelo Onofre, no había ningún tipo de previsión social ¿acaso por ello los peones del abuelo no tenían salud? Mi abuelo se preocupaba personalmente de la salud no solo física, sino también moral de sus peones. Construyó una modesta capilla en su fundo y toda la servidumbre estaba obligada a ir a misa temprano los días domingos. De esa forma evitaba que el peonaje se entregara al alcoholismo los sábados por la noche. Cuando el Estado se entrometió en la vida económica chilena, las cosas se vinieron abajo. Si el Estado iba a preocuparse de la salud de los trabajadores subiendo para ello los impuestos de la antigua clase patronal, no podía pedirse al patrón que se preocupara de la salud de sus empleados y por supuesto que todo se hacía mal porque el Estado no es eficiente.
No soy un ingenuo nostálgico de un orden social que se fue para siempre. La clase empresarial de ahora no se parece a la clase patronal de antaño. Esto en gran medida porque no todos sus integrantes son descendientes de los antiguos dueños de fundo – a veces sospecho incluso que la mayoría de nuestra moderna élite tiene su origen en la clase media. Ahora bien, esto no significa que por ello debamos seguir involucrando al Estado en la vida económica del país. Debemos recordar que, en primer lugar, la debacle moderna se debe a la “movilidad social” permitida por las reformas socialistas de los gobiernos radicales. “Gobernar es educar,” decía el siútico de Aguirre Cerda ¿qué estaría pensando? ¡Gobernar es dar pan y circo! Fue la educación la que permitió que ordinarios se mezclaran en nuestra poderosa élite y fueron ellos quienes legalizaron el cohecho, la negociación colectiva y los derechos de los trabajadores.
Repito que ya es muy tarde para corregir los errores del pasado y volver al antiguo régimen. Gracias a la Providencia que los genios de la escuela de Chicago encontraron la solución para todos nuestros problemas: ellos privatizaron la seguridad social devolviendo el control de las cosas a la gente que siempre debió controlar las cosas. Las AFP y las ISAPRES permitieron que los ahorros de la clase trabajadora fueran una fuente de riqueza para nosotros, devolviéndole alguna medida de libre mercado a la seguridad social.
Pero claro, el comunismo – llámese socialismo, social democracia o democracia cristiana, etcétera, todo es lo mismo – convenció a la gente de que por el solo hecho de vivir merece que esta vida se dé en condiciones dignas. Eso no es cierto. Si nuestra clase gozó de ciertos privilegios, ello se debe única y exclusivamente al trabajo de nuestros padres y abuelos y al cuidado que nuestras madres y abuelas nos regalaron siguiendo el orden natural de las cosas y quedándose en casa para cuidar de sus hijos. Ellos se ganaron un futuro mejor para nosotros, ellos nos rodearon de cosas hermosas, pero sobre cada generación de aristócratas recae el peso de mantener la belleza de las cosas como las heredamos. Es así como cada generación de aristócratas se vuelve meritócrata.
La rotancia no sabe estas cosas. Una vez alguien muy querido para mí me dijo que si ellos supieran cuánto nos esforzamos para mantener las cosas en su lugar, para conservar la integridad del sistema y de los valores, seguramente recuperaríamos su respeto. Recuerdo que, joven y alocado como era,  respondí con las soberbia que caracteriza a las juventudes de todos los tiempos: “¡qué tenemos que andarle dando explicaciones a esos cumas!” No le puse atención entonces, pero el abuelo Onofre me habló de las fiestas que organizaba en su fundo antes de que se lo expropiaran, de cómo las ramadas corrían completamente por su cuenta y con bar abierto, de cómo los rotos y las rotas le agradecían y le daban sus parabienes a sus hijos y nietos, entre ellos a mí, que era niño. Yo le decía que había malcriado al inquilinaje, pero él me contó que su fundo fue expropiado por obreros de la capital y no por los inquilinos de su fundo a los que él siempre mantuvo contentos, con el estómago lleno, pero libres del mundo exterior y del dinero que tan fácilmente corrompe a las clases bajas. Mi otro abuelo, el abuelo Evaristo Segundo, me hablaba de cómo siempre estaba ahí con los obreros, porque había que vigilarlos para que trabajaran. Él mismo se ponía un overol para demostrarles que podía trabajar más que ellos y luego se ponía su  terno para cumplir con las funciones gerenciales de la pesquera que quebró intervenida por el abyecto gobierno de la Unidad Popular. Después de la restauración de Pinochet, el abuelo comenzó otra empresa y sus obreros volvieron a trabajar con él, porque se dieron cuenta de la ley fundamental de la industria: si el patrón está bien, los trabajadores están bien. La casa del abuelo Evaristo estaba en el mismo terreno de la empresa, con lo que no solo evitaba molestas contribuciones, sino que además vigilaba y se mantenía cerca de sus trabajadores.
¿Qué hicimos mal? Nos fuimos al sector oriente de la capital. En un legítimo afán de pureza social, hicimos que las clases dominadas se imaginaran nuestras vidas como una vida de lujo y vagancia. La televisión del régimen del General, sin querer, por supuesto, alimentó este mito con los estelares como Viva el Lunes y otros de los que ya no me acuerdo. El Festival de la Una, que era el estelar del medio día que mantenía a los rotos contentos en su lugar, fue sacado del aire y la misión pacificadora de Enrique Maluenda no fue comprendida. Rotos metidos a gente se apoderaron de las pantallas y de Revista Cosas. Esos siúticos mostraron vacaciones en Miami que de pronto todo el mundo codiciaba – Miami es, como todos sabemos, el epítome de la ordinariez: un montón de caribeños podridos en plata mancillando el buen gusto. La aparentemente inocente “Cámara Viajera” de Don Francisco hizo creer a los rotos que había un mundo mucho más “chori” allá afuera, como me dijo una de mis nanas cuando era joven. Ahora resulta que el hijo de esa nana se fue a Australia y que su nieto ostenta un doctorado en algo y que se la llevaron fuera del país ¡al menos tuvieron la decencia de unir movilidad con emigración!
Fue el propio régimen autoritario del General Pinochet el que causó la debacle social que vivimos ahora. Pinochet fue orden para hoy y caos para mañana. No quiero que piensen que juzgo al General con demasiada dureza: yo mismo no tengo una solución mejor que la de él. Nuevos negocios necesitaban nuevos clientes y para ello había que crear necesidades en las personas. La publicidad, que hasta entonces no era sino una serie de avisos más bien informativos y a veces entretenidos, evolucionó para transformarse en una herramienta de precisión en la creación de nuevas necesidades en la gente. Nuestros bancos necesitaban personas pidiendo créditos de consumo, la economía necesitaba crecer. Si los rotos se hubieran conformado con las baratijas que ofrecía Panamtur y – hagamos la autocrítica – si nosotros mismos no nos hubiéramos pisado la cola y no les hubiéramos ofrecido educación y movilidad social en nuestras universidades privadas ni en nuestros colegios subvencionados de La Florida, nada hubiera sucedido.
Pero la educación era demasiado buen negocio. La doctrina de Adam Smith nos obligaba a buscar el lucro en interés del mercado y el mercado es la expresión de la voluntad de Dios en la tierra. Nuestra falla no estuvo en poner colegios ni en fundar universidades con fines de lucro – fin santo de todas las cosas buenas. Nuestra falla estuvo en no acompañar nuestro desarrollo económico con los valores cristianos garantes del status quo. “Te estamos educando para que sirvas mejor desde tu lugar, no para que subas al nuestro”. Yo no sé cómo es que ningún colegio ni ninguna universidad tiene esta divisa como su lema. La educación no es igual para todos. Así, mientras la educación de nuestros hijos debe tener por objeto formar a los líderes del mañana, la educación de las clases inferiores debe tener por objeto formar a la mano de obra calificada del mañana. No pusimos la suficiente energía en la selección de profesores de nuestras universidades ni de nuestros colegios. En el mejor de los casos nos dejamos impresionar por magísteres y doctorados de la Sorbona, de Harvard y en general de muchas de las mejores universidades del mundo. No advertimos que muchos de los profesores universitarios habían obtenido dichas calificaciones en el exilio de ellos mismos o de sus padres y que habían aprendido no solo a pensar, sino además a difundir las así llamadas “virtudes” del pensamiento crítico. Volvían con todo y diplomas los mismos marxistas de antes, ahora convertidos en teóricos críticos, sociólogos, literatos y filósofos ateos. La faculty de nuestras universidades privadas llegó muchas veces a parecerse al profesorado de la Universidad de Chile, a veces incluso incluyó a profesores de la Universidad de Chile. En nuestra ceguera – y aquí me incluyo aunque yo nunca fui tan inocente, pero tengo que solidarizar con mi clase – creímos que el conocimiento era neutro, útil. Pero resulta que hay conocimiento bueno y conocimiento malo. Saber de la depravación que significa el concepto de lucha de clases no es bueno, a no ser que uno pertenezca a la clase adecuada y esté dispuesto a luchar por esa clase; algo tan inocuo como la teoría de la evolución de las especies hace que personas superficiales cuestionen la existencia misma de Dios. He escuchado al respecto argumentos materialistas tan obtusos como que la sola crueldad que implica el proceso evolutivo lleva necesariamente a pensar que o no existe un Dios benevolente o que no existe un Dios en absoluto. El mismo Darwin cayó presa de este razonamiento en el Siglo XIX, producto sin duda de no haber rezado lo suficiente. Los estadounidenses, quiero decir los gringos decentes, han advertido el peligro que implica una doctrina aparentemente fría y científica y se han esforzado en enseñar el llamado diseño inteligente, pero claro, han perdido terreno en contra de la comunidad científica que, como todos sabemos, es por definición marxista y atea.
Yo no pretendo tener la soberbia de saber biología, ni mucho menos saber la validez de tan controversial teoría. Yo solo sé que todo lo que ocurre, ocurre por la voluntad de Dios o si no, no ocurriría. Yo solo sé, porque me lo enseñaron en mi colegio y porque soy una persona católica y decente, que Dios tiene un plan y que en ese plan la clase que ahora domina, lo hace por voluntad de Dios. De esto se sigue por mera transitividad, que el plan de nosotros, la clase que tiene a su cargo los destinos de la nación, es al mismo tiempo el plan del mismísimo Dios.
Así expuestas estas verdades evidentes deberían generar un consenso inmediato en las personas razonables y de bien. Si esto cierto ¿cómo es que ese consenso no ha surgido?
Para mí la respuesta es tan clara y tan simple como todas las respuestas a los problemas fundamentales de la vida: no hemos expuesto estas verdades con la debida energía ni con la debida claridad.
En un intento por ser “choris”  como decía mi nana de principios de los ochenta – bendita década de orden, patria y racionalidad – hemos relativizado nuestros discursos públicos al punto de que he llegado a preguntarme si todavía tenemos claras nuestras posturas acerca de las cuestiones básicas de la sociedad.
Por alguna razón que desconozco, dejamos de ejercer la autoridad propia de nuestra clase y nos volvimos simpáticos, en vez de llamarnos la aristocracia castellano-vasca pasamos a llamarnos  “los cuicos”, “la gente como uno” y a veces siento que en ello hasta hubo cierto dejo de culpa, pero ¿culpa por qué? ¿Por haber nacido en hogares decentes con padres cariñosos y responsables y madres castas y devotas? ¿Por haber tenido una educación digna y con valores tradicionales no solo en el colegio, sino sobre todo, como dije más arriba, en la casa? ¿Acaso somos culpables por tener abuelos con zapatos y no abuelos proletarios?
Así negociamos, confraternizamos e incluso hubo algunos casos de aristócratas que se casaron con personas de clases inferiores y nos olvidamos de quiénes éramos (como dije más arriba, no está mal incorporar de cuando en vez elementos talentosos del mediopelaje, pero estos elementos deben siempre adherir a nuestros valores, ritos y costumbres y nunca nosotros a los de ellos). Existen por cierto héroes del intelecto de clase como Hermógenes Pérez de Arce y Teresa Marinovic, quienes son maltratados cada vez que se atreven a publicar una columna en ese pasquín izquierdoso  que es El Mostrador.  Ellos sufren el bullying de la rotancia, que, a diferencia del nuestro, es peligrosamente subversivo.
Es hora de que esta confraternidad degenerada termine. No somos todos iguales, no se pueden mezclar peras con manzanas. Es hora de unirnos a Teresa y a Hermógenes y pregonar lo que realmente pensamos, porque es de una claridad autoevidente que tenemos razón: Pinochet sí salvó la patria de convertirse en otra Cuba. Qué lata que haya tenido que morir gente, pero ello ocurrió o porque algo habían hecho o por algún exceso de algún suboficial. En este caso es hora de que la gente se resigne y acepte la voluntad de Dios. No, los homosexuales no pueden casarse porque son una pobre gente enferma. La verdadera injusticia es negarles el tratamiento que necesitan por prejuicios marxistas y no aceptarlos a la fuerza como si fueran personas normales. Los estudiantes deben estudiar, los trabajadores deben trabajar y las calles deben estar libres para que las personas puedan transitar con libertad y seguridad.
Es hora de llamar a la patria al orden y no a cualquier orden, sino al orden divino de las cosas que nunca debió haber sido alterado por esa manga de marxistas-anarquistas inútiles y subversivos. El futuro y el bienestar de nuestra clase dependen de que ganemos el nuevo combate ideológico y el futuro de nuestra clase es clave para el bienestar de todo el país y en última instancia, de la humanidad ¡adelante aristócratas de Chile, uníos porque Dios está con nosotros, como lo demuestra sobradamente nuestra prosperidad económica en la tierra!
Quiero apaciguar mi agitación con una frase moderadora de San José María Escrivá de Balaguer: “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra". En nuestro país esa frase se refiere a nosotros, “la gente como uno”, “los cuicos”, la aristocracia blanca y eminentemente castellano-vasca de Chile.



domingo, 10 de abril de 2016

3 Los Hijos

"No simpatizan con el chileno los pueblos latinos porque no somos de la misma naturaleza y, por lo tanto, no nos comprendemos."
 Nicolás Palacios, en la foto junto a su padre. Autor del libro "Raza Chilena" (1904) según el cual somos alemanes y, a diferencia de este Breviario, no es ningún chiste.



Los hijos lo son todo, absolutamente todo: sin hijos nuestras empresas familiares deberán convertirse en verdaderas sociedades anónimas y podrían llegar a ser poseídas por verdaderos accionistas anónimos con quizá qué intenciones. Los hijos aseguran la continuidad del orden moral y social. Por supuesto que me refiero aquí a nuestros hijos y no a los hijos de la nana, del suplementero, del abogado o del médico. Los intelectuales de izquierda suelen ser homosexuales y por tanto rara vez tienen hijos y cuando los tienen, llegan a tener cuando mucho uno o dos, como los chinos. Me imagino que eso tiene que ver con la influencia maoísta, pero a decir a verdad no lo sé porque para saberlo hubiera tenido que acercarme a personajes como ellos y efectivamente hablarles; me dio un asco atroz. No puedo acercarme a hombres peludos o a mujeres con melenas largas que dicen que hombres y mujeres somos iguales ¡horrible! Claramente falta en mí la vocación evangelizadora de un San José María Escrivá de Balaguer, pero yo no soy más que un pobre hijo de vecino de Las Condes, o sea humilde, pobre en sentido figurado. Mis finanzas están muy bien, gracias.
Es un mandamiento de la iglesia y una necesidad social que la gente decente tenga todos los hijos que le mande Dios. Los comunistas ateos no siguen este mandamiento y por eso son minoría; de nuevo gracias a Dios.
En todo caso, abrir las piernas para recibir al marido y parir a los hijos con dolor es la parte fácil del proceso. Prueba de ello es que hasta las nanas pueden hacerlo. Lo difícil viene con la crianza y sobre todo con la educación de los niños.
Los detalles comienzan ya en el momento del parto. No se le vaya a ocurrir tener un hijo en un hospital público o en el Hospital del Trabajador porque eso es para gente de otra clase ¿me entiende? Si usted es decente y tiene un porcentaje alto de sangre europea, vaya a una clínica privada. Nosotros con la “cuqui” hemos tenido a todos los niños en la Alemana, la única queja es que el menú es un poco desabrido. Esta clínica, sin embargo, es un excelente lugar para que la madre reciba visitas: las habitaciones son amplias, están sobriamente decoradas, y el edificio está medianamente cerca de donde habitan la parentela y las amistades.
Antes de que el niño sea presentado en sociedad, debe revisarse su popín para ver si tiene una mancha morada. Esta mancha se conoce como mancha mongola y es propia de las etnias orientales y de los “pueblos originarios” de Chile – con “pueblos originarios” me refiero a los indios. Se usa decirles así ahora por modas izquierdistas. Si la mancha se presenta, lo primero que debemos hacer es descartar mediante el test de ADN el hecho de que nos hayan cambiado a la guagua en la clínica. Si lamentablemente este no es el caso, el infante debe ser presentado con  ropa que cubra tal testimonio de mestizaje. A veces minúsculas trazas de sangre indígena se mezclan con las mejores familias en un proceso misterioso e indilucidable.
Luego debe usted elegir el nombre. Me refiero al nombre de los hijos que no sean el primogénito varón que invariablemente llevará el nombre del padre o del abuelo. Yo soy Evaristo Erreconerrechea IV a mucha honra y abolengo. Para el resto de los hijos no debemos ser demasiado creativos ya que la creatividad debe ahorrarse para crear nuevos negocios y no para innovar en el lenguaje como si uno fuera un poeta comunista.
Son nombres aceptables para varón: Agustín, Arturo, Augusto, Pedro Pablo, Patricio (mi cuarto hijo se llama así), Fernando y otros similares. El nombre debe pensarse para estar en perfecta resonancia con el apellido y recuerde que usted están nombrando a un adulto que va a ser siempre el presidente de una junta de accionistas, por ende, el nombre debe estar en correcta consonancia con la partícula “don”. “Don Joaquín” o “don Rodolfo” suenan excelentes. ‘Ramón’ dejó de usarse producto del divertido, pero proletario personaje de un programa de televisión. Si es uno de los nombres dinásticos de su familia, piense en relegarlo a segundo nombre: “don Juan Ramón”, por ejemplo suena muy bien. Absténgase de nombres en lengua extranjera, aún si estos nombres se encuentran en su árbol familiar. Sí el abuelo se llama por ejemplo, Kenneth White y usted es Kenneth White II está muy bien, pero su hijo será chileno y deberá destacarse dentro de la sociedad chilena. Un nombre extranjero no acompañado del correspondiente acento puede tenerse por excesiva presunción y por ende suena a fraude. Si a esto le agregamos a que debido al mestizaje nunca se sabe en dónde puede brotar una fisonomía morena y de baja estatura, su hijo puede parecer adoptado. ‘White’, por otro lado es un excelente apellido. Use para tales apellidos algún nombre español como Agustín (el caso de don Agustín Edwards es un excelente ejemplo de buen gusto).
Para nombres de mujeres la cosa no es más simple: si bien una dama decente no tendría por qué ponerse a trabajar porque para eso tiene marido, sí es muy probable que nuestras hijas encabecen iniciativas caritativas en alguna parroquia de Las Condes o Lo Barnechea o que incluso desciendan a la barriadas pobres en sus piadosos afanes. Aun si esto no ocurre, ser la esposa de un hombre importante reviste obligaciones importantes tales como la preparación de banquetes para agasajar a los colegas/clientes/amigos del marido. No podemos esperar que una mujer haga todo esto sola. Para ello contratamos personal especializado permanente y temporal y este personal debe ponerse a disposición de una mujer que inspire respeto. Esto parte por el nombre.
En la década de los setenta, nombres modernos tales como Claudia, Carolina y Macarena irrumpieron en el imaginario de los nombres de la fronda aristocrática chilena. Dado que estos nombres también fueron adoptados por las clases media y baja chilenas, debimos retornar a los nombres dinásticos. Es por ello que nombres tales como Matilde, Mercedes, Leonor, Josefa, Josefina o nombres bíblicos como Marta, Judit y Sara volvieron en gloria y majestad (evite usar Rebeca porque es demasiado judío). Los padres, en especial los padres cuarentones que van por su quinto hijo y tienen a su primera niña (me refiero a los hombres), suelen a veces cometer tonterías tales como llamar “Martita” en vez de ‘Marta’ a sus hijas o incluso llegan a usar nombres tales como ‘Bella’ o ‘Linda’.
Los diminutivos están bien para ser usados en confianza, de hecho tengo amigas de años cuyos nombres de pila he olvidado ya que jamás los usamos entre nosotros, sin embargo, una dama debe tener un nombre que ejerza autoridad cuando se requiera. Piense que ella se entenderá en casa con jardineros, mozos de cuadra, nanas de los niños, camareras, maquilladoras y peinadoras que deben tratarla con respeto.
Con nombres como ‘Bella’ o ‘Linda’ se corre el riesgo de que las niñas no sean ni bellas ni lindas aún con la ayuda de los mejores cirujanos plásticos. Además, a toda mujer le llega una edad en la que la belleza decae para transformarse en el porte regio de una señora. Normalmente esto debe ocurrir alrededor de los treinta años porque a nadie le gusta una vieja alolada.
Una vez elegido el nombre viene la segunda preocupación más importante de la bienvenida al mundo: el bautismo o bautizo como lo llaman los rotos. El bautismo es el sacramento mediante el cual los niños reciben el Espíritu Santo y evitan irse al limbo con los paganos en caso de muerte, como bien enseñaba la Iglesia preconciliar. Es importante la capilla. Puede elegirse de entre las magníficas construcciones del centro para este efecto; además así meditaremos en como el centro era de Nosotros antes de que construyeran el metro y se llenara de rotos y podremos inspirarnos para tomar medidas para que eso no vuelva a pasar con nuestro sector oriente de la capital. El sacerdote debe ser uno taquillero, como dice el lolerío, ojalá uno que tenga que ver con alguna pastoral juvenil, pero no con el Hogar de Cristo, que pese a su maravilloso trabajo con los rotos, bordea el  comunismo. Lo ideal es que este sacerdote taquillero oficie en conjunto con el sacerdote de nuestra parroquia, si es que no son el mismo cura. La fiesta debe ser una simple recepción en la casa con la familia y los amigos más cercanos. Hacer grandes fiestas con ocasión del sacramento del bautismo es una rotería. Para el bautismo la casa familiar debe ser suficiente porque es una fiesta íntima y porque cualquier casa de familia decente recibe cómodamente a cien personas en el living o en el jardín si es que es en verano. Lo anterior, sin embargo, son solo detalles. La verdadera cuestión importante del bautismo es la elección de los padrinos. Los padrinos deben ser personas de moral intachable, prestigio social y economía confiable. El padrino de nuestro hijo será el futuro socio en nuestras inversiones, el futuro jefe de nuestro vástago si es hombre, su futuro suegro si las cosas salen bien y el garante de la estabilidad de nuestra familia. El bautismo de nuestros niños creará el sagrado vínculo del compadrazgo, que será la clave para saltarnos odiosos procedimientos regulares e innecesarias esperas por información bursátil. Este vínculo es también una razón más para tener todos los hijos que nos mande Dios y a su vez para apadrinar a cuantos niños de familia de bien lo requieran.
La elección de la nana debiera ser simple: la nana que nos cuidó a nosotros o bien su hija. Lamentablemente, con esto del ascenso social, las familias de sirvientes han medrado a la clase media y hay que confiarse a rotos desconocidos. Gracias al Espíritu Santo, la tecnología permite poner cámaras en la casa para evitar abusos por parte de las candogas[1] que uno está obligado a meter en su casa. Con todo, la buena voluntad no es suficiente. Un fenómeno reciente es la inmigración peruana que algunas personas ven con malos ojos, pero que en rigor es buena. La política económica implementada por el régimen autoritario hizo que disminuyeran los rotos y se transformaran en mediopelaje, pero los rotos eran necesarios. Importar rotos de otro país se hizo urgente. Ellos ahora realizan trabajos que los chilenos de clase media (¡qué eufemismo más lindo para referirse a los siúticos!) no quieren hacer porque se subieron por el chorro. Los rotos peruanos además hablan un excelente castellano, cosa que no podemos decir de nuestros rotos criollos. Una nana peruana parece ser una excelente elección, sin embargo hay ciertas cosas a considerar tales como si queremos que nuestros hijos tengan acento peruano en vez de nuestra melodiosa papa en la boca, como la llama el mediopelaje. He observado a numerosos niños de bien hablar con ese acento y aún no logro decidir si eso sea bueno o no. Si bien el acento es agradable, no queremos que nuestros hijos hablen como personas de un país de personas inferiores (sin ánimo de ofender) ni que lleguen a ser confundidos con ciudadanos de ese país. Ahora bien, si toda nuestra clase llegara a hablar de esa forma y el acento peruano se transformara en una marca de status estaría bien, pero no podemos asegurar que ello ocurra. Una solución que hemos tomado en la casa con la “cuqui” ha sido traernos a una nana española. De esa forma nuestros hijos tendrán el acento de la madre patria. El problema que se ocasionó fue que a una mujer europea no puede uno tratarla como se trata a una india o a una mestiza, por lo que tuvimos que contratar de todas maneras a una nana peruana para que atienda a la nana española. Estos problemas no tendrían solución de no ser porque la “cuqui”, mi cónyuge, se preocupa de pasar tiempo de calidad con nuestros siete hijos para inculcarles nuestros valores. Porque los valores los entrega la mamá en un hogar bien constituido. El padre trabaja y provee porque así lo ha mandado Dios. Es por la pérdida de esta estructura básica que hay tanto drogadicto y gente enferma de homosexualidad como antes no se veía. Antes de que me acusen de homofóbico, quiero decir que no tengo nada en contra de esa pobre gente enferma y que mi empresa ha hecho generosos donativos a una institución que entrega terapias reparadoras para ese terrible flagelo de la salud pública.
La elección del colegio es sencilla: irán al mismo colegio al que fue uno o la mamá si es que es niñita. Si bien la formación valórica se da primordialmente en la casa, un colegio católico resulta de una innegable ayuda ya que allí los niños podrán socializar con pares que profesen los mismos valores familiares que nosotros. Además, pese a todas las calumnias de los comunistas ateos en contra de los religiosos, los sacerdotes continúan siendo excelentes educadores. Todo lo que sé de sexualidad y que mencioné más arriba lo aprendí del padre Raúl de mi colegio de los Padres Escoceses. El padre Raúl hacía retiros exclusivos para varones. Allí disfrutamos de la alegre camaradería masculina bajo la amorosa mirada y las caricias del padrecito. Gracias a Dios que falleció antes de toda esta ola de falsas acusaciones porque nadie hubiera entendido su fervorosa dedicación ni su iluminada comprensión. El sacerdote murió bastante joven a fines de la década de los ochenta aquejado de una extraña enfermedad que debilitaba su sistema inmune. Nadie nunca supo decirnos de qué enfermedad se trataba.
Durante el colegio ellos vivirán la mejor etapa de sus vidas, pero también la más peligrosa porque la adolescencia suele extraviarlos. Es por ello que debemos crear un ambiente seguro en el que los niños no vean obreros ni nanas caminando por nuestras calles (por eso contratamos aquel servicio de transporte) ni se enteren demasiado pronto de que hay pobreza para que no se vuelvan izquierdistas y puedan más tarde canalizar su compasión a través de las instituciones católicas adecuadas.
Para los varones es ideal que practiquen deportes fuertes como el rugby. Las artes marciales están fuera de discusión por cumas. En el rugby los niños aprenderán a actuar con dureza y es una buena metáfora de la política y la economía nacionales. Eso los preparará también para ejercer de manera poderosa el bullying entre sus compañeros y entender que la violencia es solo una forma más de resolución de conflictos. Queremos un mundo desigual, pero no diverso. Los niños afeminados, demasiado mateos o llorones deben aprender a ubicarse y para ello no hay nada mejor que bullying. En esta era de perdición se ha perdido la noción de que la violencia entre pares es una fuerza poderosa de homogenización social: de esa forma los niños aprenden temprano las consecuencias de no opinar como la mayoría, ser diferentes o venir con ideas nuevas. Las cosas estaban mejor antes que ahora y es por eso que progreso significa volver atrás. El bullying es una poderosa manera de producir gente convencional y la gente convencional es la mejor gente. Reírse de la gente gorda, por ejemplo, es la mejor manera de evitar la obesidad. Si se los golpea es mejor. En este sentido las niñas muestran un refinamiento mayor que el de los niños. Mientras los segundos terminan sus querellas con la fuerza de sus puños, las primeras son capaces de acomplejar a una compañera hasta el punto de causarle anorexia. Las niñas son expertas en manipulación, maledicencia, en inventar rumores acerca de la vida sexual de las compañeras y en intrigas varias. Todas estas son habilidades que les servirán para transitar en el complejo mundo de los adultos.
En el caso de los niños varones, es conveniente inculcar a eso de los quince años un sano terror a la pobreza – una mentirilla blanca, por cierto, les dejaremos una cuantiosa herencia de todas maneras. Mi padre, por ejemplo, comenzó a darme cuantiosas sumas de dinero a esa edad. Antes de ello yo vivía tan austeramente como el resto de los niños de mi edad, con una mesada equivalente al sueldo de un profesor de universidad pública. Coincidió su cambio con el momento en que yo le dije que tenía ganas de estudiar Sociología. Recuerdo que en aquellos días podía salir e invitar a todos mis compañeros a los lugares más caros de la ciudad y que carreteaba, como decíamos entonces, viernes y sábado sin límites, violando incluso los principios de austeridad y castidad cristiana– demás está decir que todos estos pecados veniales los confesé en su oportunidad al padre Raúl. Los domingos, cuando me levantaba a eso de medio día y agotado, mi padre simplemente decía:  “Puedo darte esa vidita bohemia que te gusta porque soy dueño de mi empresa. Si no, tendríamos que vivir con el sueldito de un profesorcillo cualquiera.”
Por esas palabras fue que dejé mis sueños locos de ser sociólogo y me volví ingeniero civil industrial con mención en administración de empresas. No puedo estar más agradecido de mi padre. Es cierto que a veces siento algo así como una angustia, pero nada que una buena conversación con el padre Luis Eugenio, una dosis de Ravotril® y una buena botella de whisky no alivie.
En el caso de las niñas las cosas son diferentes. La educación de una mujer tiene por objeto transformarla en una conversadora con encanto, en una madre que pueda ayudar a sus hijos con las tareas y en general una mujer medianamente culta, aunque no una intelectual, porque a nadie le gusta una mujer sabihonda que sepa más que su marido. Por ello las niñas podrán estudiar la carrera que se les antoje, con la excepción de teatro, que claramente es carrera para otra clase de gente. Carreras como Enfermería les vienen muy bien y son excelentes para que las niñas encuentren maridos. Medicina en cambio puede espantar a futuros prospectos, a no ser en especialidades como Pediatría. Es cierto que los tradicionales vestidos blancos de las enfermeras han sido cambiados por esos amorfos pijamas de hospital, pero la enfermera continúa teniendo su encanto. Parvularia es otra excelente elección para las niñas, así como las Pedagogías en general. Las educadoras de párvulos continúan usando esos uniformes verdes que les dan un encantador aspecto maternal, en todo caso, cualquier Pedagogía estará bien porque es una extensión de su rol como madres. La carrera no es bien remunerada, pero claramente el trabajo de las niñas no es más que una espera por el matrimonio y en casos ideales no tienen siquiera que trabajar. Hay que evitar eso sí la carrera de Filosofía, porque en ella las niñas pueden tener contacto con ideas de izquierda y filosofías que se acercan más a la locura que a la razón. Si bien la carrera no es importante, sí lo es la elección del plantel educacional. Hasta hace veinte años, hubiera recomendado a ojos cerrados la Pontificia Universidad Católica, sin embargo, con los años esa universidad se ha ido volviendo igualitaria, diversa y casi se parece a la odiosa Universidad de Chile ¡llena de rotos y siúticos! Gracias a la Providencia que existen ahora excelentes universidades privadas que son como la extensión del colegio: allí los apoderados podemos hablar con decanos y rectores, inquirir acerca de la conducta de nuestras hijas y en general mantener un férreo control académico y moral.
Esto último es muy importante en el caso de las niñas por las razones que mis preclaros lectores adivinaron: la fertilidad. Es cierto que nuestras hijas no tienen deseos sexuales porque son todas mujeres decentes, pero el ingenio del macho de la especie, aguzado por las ansias propias del género masculino, es capaz de convencer incluso a las niñas de bien de que no tiene nada de malo la fornicación y puede hacerlas caer en el pecado. A diferencia del caso de los hombres, en las mujeres ese pecado da fruto. Por la experiencia ajena de gente de bien a la que no puedo referirme públicamente por razones de amistad y solidaridad de clase, sé que aún en las mejores familias estos accidentes pueden ocurrir. No es culpa de los padres, sino de esta depravada sociedad cuasi marxista en que vivimos. No podemos recomendarle a nuestras hijas el uso de anticonceptivos ni de preservativos porque somos personas católicas de bien y porque ese tipo de cosas son una invitación a la fornicación y al pecado, como bien enseñó el papa Paulo VI y lo confirmó Benedicto XVI. Los preservativos están bien para África en donde los van a usar solo manadas de gente de color no civilizada e inculta, pero nosotros tenemos la obligación de ser mejores que eso y para ello nuestras niñas deben guardar la castidad debida.
Pese a todas estas precauciones, es posible que nuestras muchachas caigan bajo el ingenio de los seductores y nos encontremos ante la desagradable sorpresa del embarazo. Los cursos de acción en este caso son claros y dependen del padre del fruto del pecado. Si es un miembro de nuestra clase, no habrá problema alguno: seguro como un caballero se aproximará a nosotros y nos pedirá perdón al mismo tiempo que la mano de nuestra mancillada hija, quien lavará sus faltas por medio de un matrimonio católico. Los únicos inconvenientes aquí serán la velocidad de la planificación de la boda e intentar hacer creer que un niño de cuatro kilos y medio es sietemesino. Habrá ciertas habladurías, pero todo se olvidará rápidamente. Después de todo así se han hecho las cosas siempre.
Los problemas se presentan con padres de otras clases sociales. Si el padre de la criatura es un mediopelo talentoso, de esos que tienen historias de superación como un Piñera, un Frei Montalva o un Golborne, no todo está perdido. La incorporación de sangre foránea puede fortalecer la genética de la familia. Muchos años de matrimonios dentro del mismo círculo social termina por hacer que todos seamos primos y eso no es bueno para la sangre porque se debilita. Estos personajes además estarán encantados con emparentarse con nosotros y de esa forma satisfacer su arribismo desenfrenado. La situación es bastante menos que perfecta, existe la cuasi certeza de incorporar sangre indígena a nuestra blanca sangre godo-vasco-germánica, pero al mismo tiempo estos personajes suelen traer con ellos también sangre más fresca que la nuestra de Europa. Lo ideal en estos casos es que el mediopelo sea blanco, pero claro, estando en presencia de un accidente no podemos controlarlo todo. En todo caso, en una generación o menos este tipo de transgresiones se olvidan y no le importan a nadie. Eso sí, es importante que todo se haga en una boda católica: no queremos en  nuestras familias judíos celebrando yomkipur o como se llame, masones descreídos, ni mucho menos árabes que recen parando el culo. Si es necesario, podemos incluso llegar a cambiar el nombre de nuestros futuros yernos.
Si es un tipo derechamente roto, a ése lo metemos preso por violación y si eso no es posible lo matamos con nuestras propias manos y lo hacemos desaparecer… perdón, me dejé llevar por las tradiciones. Ahora que hay democracia no podemos hacer eso. Pero en este caso llevamos a la niña a Europa y la hacemos abortar en algún país nórdico decadente en los que a nadie le importa nada. Después de ello, nunca más hablamos del tema y mediante el olvido desaparecerá de nuestro pasado.

Si hemos seguido las reglas anteriormente detalladas, nuestras hijas estarán casadas con buenos partidos y nuestros hijos estarán trabajando en nuestras empresas o en las empresas de los tíos. De esta forma, los sólidos vínculos de nuestro grupo social habrán pasado fortalecidos a una nueva generación y será cada vez más difícil para los siúticos colarse en nuestros círculos de pureza, tradición y perfección. Así habremos cumplido con nuestra misión de heredar a las generaciones futuras una sociedad exactamente igual a aquel modelo de orden y patria que era el mundo de nuestros abuelos.




[1] La palabra ‘candoga’ tiene una doble raíz latina e inglesa; del latín ‘canis’ procede su raíz que significa perro o perra y su desinencia ‘doga’ proviene del inglés ‘dog’ que tiene el mismo significado. Creemos que el lector es lo suficientemente ubicado para entender lo que se sigue de aquí