El "Breviario de la Derecha" es un ensayo humorístico publicado en una edición pequeña en 2013 de forma independiente. Es una especie de "Manifiesto Comunista", pero presenta una distopía neoliberal y conservadora descrita por su autor ficticio Evaristo Erreconerrechea Conmuchaserres. Nunca pensé que el texto tuviera un valor tan profético como el que tuvo, a raíz de los últimos acontecimientos, ni que su contenido fuera extensible a muchos otros sectores políticos.
En este blog, será publicado por entregas semanalmente los días domingos. Quien quiera adquirirlo impreso puede hacerlo aquí. O comunicarse con el autor por Facebook

domingo, 8 de mayo de 2016

7 Los Artistas

 “¿Quiere que le diga una cosa? ¡Odio las poesías! Ni leerlas, ni escucharlas, ni escribirlas, ni nada” (Augusto Pinochet, entrevistado en revista Mundo, n°89, reseñado en Revista Rocinante N° 14, 1999).


Este capítulo es de alguna manera la continuación del capítulo anterior, ya que aquí seguimos hablando de la gente que sobra en este país. La razón para dedicar a los artistas un capítulo aparte es que aquí debemos hacer una serie de distinciones.
Lo primero que tenemos que hacer es afirmar que el arte es una condición necesaria para la vida y en muchos casos una excelente inversión: nunca un Chagall o un Picasso van a devaluarse. Asistir al Teatro Municipal del Las Condes nos evitó tener que descender al Teatro Municipal de Santiago y ahora podemos disfrutar de los mejores espectáculos doctos sin necesidad de mezclarnos con los rotos del centro.
El arte es el producto más elaborado de las sociedades desarrolladas, pero ¿es posible hacer arte en Chile? No estoy hablando de las condiciones económicas para hacer arte en este país, porque la plata está.  Estoy hablando de las condiciones espirituales e intelectuales para la creación de obras de arte en una nación como ésta.
La “catita”, mi hija número cuatro, estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Católica y sacó una mención en pintura. Cuando se graduó la mandé en un viaje por el viejo continente para que se inspirara y después de ello se casó con mi yerno y ha resultado ser una excelente madre de familia. Los cuadros que pinta mi hija decoran los hogares y las gerencias de toda la gente que es alguien en este país y ella se ha transformado en una artista reconocida. Pero claro, la “catita” es hija de la “cuqui” y mía, o sea no es nada que se compare con el mundillo de los así llamados “artistas” de este país. Ella es como si fuera ciudadana de un país desarrollado.
La “catita” tiene un estilo que es particularmente decorativo y muy codiciado por la gente de bien de nuestro país. Sus colores y sus manchitas pueden combinar con cualquier oficina, consulta médica u hogar de Chile. Claramente las niñas como la “catita” no son la gente que sobra porque ella contribuye a la armonía de nuestra sociedad con obras que combinan, se enmarcan y complementan las cosas que ya están.
Pero ¿podemos decir lo mismo de los artistas que no pertenecen a nuestra clase? Mientras la “catita” se preocupa de embellecer los espacios en los que viven o trabajan las personas, existen otros artistas cuyo “trabajo” quiere plantear una ruptura del orden establecido y, por ende, es un trabajo subversivo.
Es del todo incomprensible que sean precisamente ese tipo de artistas quienes mejor logren el reconocimiento internacional y no aquellos que ensalzan el orden de nuestra nación.
¿Cómo puede ser que grupos como Quilapayún o Illapu sean más creíbles que un grupo de gente tan elegante como los Quincheros? La única explicación que se me ocurre es que afuera aún continúa la conspiración marxista internacional que terminó con el gobierno del General Pinochet y que intentó transformarnos en una segunda Cuba.
Lo que acabo de decir es particularmente notorio en el campo de la poesía ¿cómo puede ser que una poeta como Gabriela Mistral todavía aparezca en los billetes de cinco mil pesos? Estamos hablando de una mujer que vino a nacer en los quintos infiernos de Chile, claramente no blanca y que, aparentemente, tuvo una relación anormal con una gringa. Ella no le cantó a la inocencia de la infancia, sino que en sus Piececitos de niño ella claramente protestaba en contra de una clase a la que creía responsable de cubrirles los pies.
¿Cómo es posible que aún continuemos glorificando a un poeta comunista, ateo, hijo de un empleado de ferrocarriles y que no hizo más que escribir estupideces como su Oda al caldillo de congrio en vez de alabar las virtudes de la patria? Algún día voy a pagarle a un grupo de investigadores para que averigüe quién estuvo detrás de los premios nobeles ganados por esta gentecita. Estoy seguro de que encontrarán una conspiración marxista leninista. Pero si hay algo que realmente me enferma, es que se siga glorificando a la ordinaria ésa de la Violeta Parra que las tenía todas: rota, comunista, insolente y suicida.
Todavía me pregunto quién estará financiando los murales que se ven en las poblaciones – esos barrios feos que quedan más abajo del Apumanque. A la “catita” yo personalmente le financié su carrera en la universidad ¿pero quién financia los rayados de – siendo generosos – dudosa calidad? ¿Realmente pretenden que creamos que estas “manifestaciones artísticas” surgen espontáneas de la mera iniciativa del pueblo? Si la gente del pueblo realmente tuviera algún tipo de iniciativa, serían todos empresarios y no andarían rayando las paredes de la propiedad pública y privada.
Pese a que el Estado de Chile aún financia algunos proyectos artísticos con un presupuesto irrisorio que apenas cubre lo que gasta la “cuqui” en vestidos y joyas al año, hemos retenido la mayor parte de los fondos que podrían ir a financiar el así llamado “arte” de las clases populares. Un amigo norteamericano me hacía ver que en Estados Unidos existen numerosas fundaciones privadas sin fines de lucro que patrocinan a diversos artistas en las más diversas áreas, porque ellos entienden que si bien el arte puede no generar ganancias en el corto plazo, es fundamental para el desarrollo de una identidad nacional. Así, allá no se espera que los artistas sean además expertos en gestión, y para ello existe otro tipo de profesionales. Esto está bien para ellos porque son una sociedad desarrollada, pero ¿en Chile? Financiar el arte significaría financiar a hordas de resentidos que contagiarían su resentimiento a nuestros empleados, además ¿qué tipo de arte generarían? Pinturas tristes y raras que no sirven para decorar ningún ambiente de habitación o trabajo, esculturas imposibles de ubicar en ningún espacio público o privado, monstruosidades en contra del buen gusto, canciones insultantes como las de ese niño González de Los Presidiarios o algo así ¿ese grupo se formó en algún centro penitenciario?
Es por ello que pese a mi patriotismo me veo obligado a reconocer una verdad fundamental: el verdadero arte solo puede ser importado o producido por nuestras hijas en nuestro barrio. Es por eso que la conclusión que de aquí se sigue es que el arte es una cosa para ser creada en Europa y Estados Unidos y no en un país lleno de resentidos. También puede crearse arte en sector oriente de la capital, pero ¿en el resto de Chile? ¿en el así llamado Chile profundo? ¡Ni cagando! Financiar la producción de arte en el territorio nacional sería financiar una fuerza que, finalmente, no haría sino acabar con el orden necesario en cualquier nación productiva. Por otro lado, las así llamadas obras de arte producidas ahora último en el territorio nacional son de una calidad menos que dudosa. Los así llamados pueblos originarios, por ejemplo, no están en condiciones de producir algo así como arte; con suerte producen artesanía.
Si es absolutamente necesario canalizar las “inquietudes” artísticas de la rotancia, podemos permitir grupitos folclóricos que canten tonadas y bailen cueca en las escuelas y las empresas. La música debe cumplir los estándares de la compuesta por los Quincheros y Clarita Solovera, es decir aquélla que exalte el valor de la vida al aire libre y la patria. Si la gente tiene inclinaciones plásticas podemos permitir talleres de artesanía, tejido o pintura en género, como hacía el desaparecido CEMA Chile, que llegó a transformar esas inquietudes incluso en actividades productivas. Pero nada de permitir que la gente se exprese, analice ni mucho menos piense, nada de poesía molesta o de novelas cuestionadoras del orden moral, económico o social.
La patria todavía no está madura para algo tan delicado como la obra de arte. El arte es algo que se puede meter debajo de la piel de las personas y hacerles creer cosas inverosímiles o imposibles, tales como que todos somos iguales, que el amor puede ser libre o que el orden social es injusto. Pero queda una esperanza. Así como a los periodistas se les neutralizó bajo la forma de noteros o reporteros de noticias controladas, así también los así llamados artistas pueden tener su lugar en un orden social recto. Ya que los artistas han demostrado ser excelentes en la creación de necesidades tales como la mal llamada libertad o igualdad, así también ellos pueden volcar sus innegables habilidades en cuestiones mucho más productivas.
Debido a que los artistas que no pertenecen a nuestras familias han debido buscarse el sustento, el sacrosanto mercado les ha hecho evolucionar en creativos de publicidad, quienes se han transformado en una invaluable ayuda en la generación de un descontento controlado que se calma con la compra de bienes de consumo que la gente en realidad no necesita. Es debido a este tipo de pulsiones que se mueve no solo la economía nacional sino también la mundial. Mientras tipos como Baudelaire, Gauguin o Van Gogh recorrieron el camino de la autodestrucción producto de una ansiedad sin objeto, los modernos artistas canalizan ese deseo indeterminado hacia cuestiones como un perfume, un automóvil o incluso el más pedestre detergente, que ahora viene en un envase seductor que hace que la dueña de casa sienta satisfacción con el solo hecho de comprarlo. La publicidad del perfume J’adore de Dior puede competir con las más elaboradas obras del renacimiento, la propaganda de Sapolio exalta el rol tradicional de la mujer y los comerciales de automóviles resaltan los valores familiares.
La publicidad y el entretenimiento permiten que todas estas personas, originalmente desviadas y sobrantes, se integren en una sociedad productiva. Si nosotros hubiéramos intentado idear un orden semejante no hubiéramos podido. Es cierto que hubo algunos genios como Joseph Goebbels  o Aristóteles (Onassis, por supuesto), pero esta conversión del artista en publicista o en generador de contenido para los medios no ha sido obra de nadie en particular, sino del mercado. En sus humildes orígenes, pintores impresionistas o del movimiento Art Nouveau pintaron letras en un escaparate, luego afiches para revistas, luego propaganda para cigarrillos. Hoy en día, todo ese genio otrora dudoso está al servicio del aparato productivo, del sistema capitalista, de las economías bullentes. 

Es hora de alcanzar este nivel en Chile, de hacer que los artistas dejen de cantarle al resentimiento y antes bien alaben los productos de nuestras fábricas, los comodities de nuestra industria y los productos financieros de nuestros bancos. Todavía es posible un Chile que si bien no sea de todos, porque siempre será de nosotros, sea un país en el que todos tengan lugar sirviendo los intereses de la élite, que por extensión, son los intereses de la patria.  

domingo, 1 de mayo de 2016

6 El Orden Público

"...cuando veo que las leyes se hacen difíciles de cumplir, porque las cambian o las reinterpretan, porque un día son una cosa y otro día son otra y no hay seguridad jurídica, me siento incómodo y me dan ganas de partir."
Hermann Buch en entrevista a revista "Capital"


El Orden Público, o simplemente el orden, es una cosa fundamental, es el fundamento de los fundamentos de una sociedad decente, segura y productiva. Sin orden no puede hacerse nada de nada en absoluto, por tanto, una de las primeras cosas en la que debe trabajar cualquier gobierno es en mantener el orden. De hecho, podría decirse que la única función del Estado es mantener el orden.
¿Qué significa mantener el orden? Significa mantener intactas las jerarquías y las diferencias que definen lo que una sociedad es. Estas jerarquías son sumamente frágiles y están siempre en peligro de tergiversarse. En una sociedad ordenada, cada quien tiene una función asignada y de esta forma refleja el plan de Dios que es ante todo orden. Se habla de un orden natural, es decir de un orden dado por la naturaleza que no es otra cosa que la expresión de la Voluntad de Dios en la tierra. El Bien es sinónimo de orden y el caos es la expresión del Mal, para hablar en términos metafísicos que no estén en contra de la doctrina de la Iglesia.
Las sociedades desarrolladas lograron crear un orden en el cual la represión no era necesaria, dado que todos los actores sociales sabían cuál era su lugar en el orden divino. Este orden de los países de la Europa Occidental se vio truncado en los setenta por grupos marginales y revolucionarios como la Brigadas Rojas o el Rote Armee Fraktion alemán y es por ello que Europa ya no es lo que era, aunque nunca llega al nivel de caos de acá. Alguna vez pensamos en vender Chile y comprarnos algo más chico en Europa, pero la cantidad de trámites burocráticos hicieron todo imposible.
En el caso chileno, el orden divino no ha podido darse porque los gobiernos, cualquiera sea su signo, han fallado en reconocer una verdad fundamental: en nuestro país sobra gente.
Todos los gobiernos, incluso el del General Pinochet, han fallado en reconocer que en Chile hay gente que sobra. Uno de los problemas del General Pinochet fue enmascarar este hecho con la creación de planes de empleo mínimo para los pobres y, más tarde, los gobiernos de la Concertación y de Piñera jugaron con los gráficos para hacernos creer que en Chile nos acercábamos al pleno empleo.
Es hora de reconocer que esto no es posible. Se ha propuesto el uso de anticonceptivos o de la píldora del día después para terminar con el flagelo de la gente sobrante, pero esto va en clara contravención de los principios de la Santa Madre Iglesia Católica. Todos los niños no natos son inocentes, a excepción claro del pecado original de la humanidad, pero no vamos a extendernos aquí en cuestiones de catequesis que son o deberían de ser por todos archiconocidas – consulte a su párroco para más información.
Dado que no es posible eliminar inocentes por razones de justicia, se desprende claramente que lo que debemos hacer es eliminar culpables. Esto nos lleva a definir quiénes son los culpables.
Los primeros culpables son los delincuentes, es obvio. Eliminar a los delincuentes debiera ser entonces la primera prioridad. Sin embargo, de un tiempo a esta parte este sencillo proceso se ha vuelto imposible porque algunas personas han esparcido la curiosa doctrina de que incluso estos delincuentes tienen derechos y por ello se ha eliminado la pena de muerte, que, aunque desagradable, era una excelente herramienta de limpieza social y de escarmiento para futuros transgresores. Desde entonces han quedado atrás nuestros sueños de volver a soltar tropas militares en los barrios marginales y tenemos que conformarnos con una policía cuya eficiencia se ve mermada por el escrutinio público de esas mismas personas bienintencionadas, pero mal enfocadas.
Pensar que la culpa del caos que reina en nuestra sociedad es solo culpa de los delincuentes es de una inocencia supina. Casi me atrevería a decir que los delincuentes no son más que la punta del iceberg de las fuerzas que son agentes del caos en nuestro país. A continuación haré una enumeración que no pretende ser taxativa, sino que por el contrario, está abierta a las sugerencias que los lectores me quieran hacer llegar. 

Los abogados

Por supuesto que no me estoy refiriendo aquí a todos los abogados. Los abogados con los que trabajan mis compañías claramente no sobran y por eso es que son personas muy bien pagadas, además de excelentes amigos y contertulios. Recuerdo siempre como mi padre en su sabiduría me dijo que nunca hiciera nada malo sin consultar primero a mis abogados. Sin estos buenos abogados, no podría uno hacer despidos masivos de manera legal, ni constituir sociedades para no tener que pagar molestos y desagradables  impuestos que finalmente irán a llenar los estómagos de la gente que sí sobra. De hecho aquí no me estoy refiriendo siquiera a la mayoría de los abogados, sino a cierto tipo especial de abogado que hace de su honorable profesión una forma de defender a los débiles. Ya Charles Darwin nos enseñó claramente que los débiles en la sociedad sobran. Bueno, en realidad no dijo eso, pero se desprende eso claramente de lo que nunca dijo. En todo caso, no quiero que este breviario sirva para hablar de un inglés descreído que aplicó teorías que debieran ser sociales a la Biología.
Los abogados a los que aquí me refiero pueden distinguirse porque se visten generalmente muy mal y aparecen al lado de gente aún más mal vestida que ellos. Los hombres suelen usar barbas, pelos largos y evitan la corbata todo lo que pueden, como si la corbata fuera a matarlos si la usan mucho rato; por su parte las mujeres todas creen ser algo así como la Frida Khalo y andan vestidas casi de indias o de nanas ¡les falta el puro cintillo plateado! Esta gentecita suele hacer manifestaciones de un gusto menos que discutible con carteles que dicen cosas tales como “¿dónde están?” y que todavía intentan sembrar el mito de que en este país el gobierno del General Pinochet mató personas, siendo que todos sabemos que esa gente se arrancó a Suecia, Australia y Canadá. Algunos excesos que se cometieron en el celo de la protección del orden y han sido explotados de manera artera y malintencionada por la izquierda internacional. Estos abogados también suelen defender los derechos de personas que en rigor no poseen los derechos que dicen defender, como los así llamados deudores habitacionales, que se metieron en préstamos antes de evaluar si podían pagarlos, queriendo hacer recaer su responsabilidad en instituciones dignas como nuestros bancos.

Los “profesionales” de las humanidades

Pese a todos los esfuerzos del General Pinochet por eliminar a estas personas – quiero decir su rol en la sociedad, no eliminar efectivamente a personas, como la izquierda internacional artera y malintencionada quiere hacernos creer que el gobierno del General Pinochet hizo – estos así llamados “profesionales” todavía existen y quieren hacernos creer que su rol en la sociedad es de alguna manera relevante. Dado que existen diversos tipos de profesionales de las humanidades, es bueno examinarlos según sus respectivas “áreas de conocimiento” como les gusta llamarlas.

Historiadores

No quiero cometer el error de Joaquín Lavín y decir que la Historia no es necesaria o que deban eliminarse horas de Historia del programa de estudios de la enseñanza escolar. Por el contrario, la Historia se encuentra en la base de la construcción de una identidad nacional y es por ello un aporte fundamental al orden social. Los niños deben saber quiénes fueron personas como don Cristóbal Colón, don Pedro de Valdivia, el conquistador y civilizador de la Patria, don Bernardo O’Higgins, el gran Diego Portales y en general todos los próceres y héroes que dieron forma a este país. No es mi reclamo en contra del abnegado profesor de Historia del liceo o de la escuelita de educación básica.
Mi reclamo es en contra de esos historiadores que tratan a la Historia como si fuera una ciencia y que quieren reescribirla, poniendo en duda con ello todos nuestros valores patrios.
Así, por ejemplo, resulta que algunos quieren calumniar la imagen de don Cristóbal Colón diciendo que él no habría descubierto América, ya que América estaba poblada por los indios o, como a ellos les gusta llamarlos, “los pueblos originarios”. Estos historiadores han osado llamar a Colón ‘genocida’ porque un puñado de indios que habitaba las Antillas dejó de existir. La culpa de su desaparición no la tienen sino ellos mismos debido a que se enfrentaron a la Corona Española, en vez de someterse como correspondía, además de su debilidad inmunológica frente las enfermedades que portaba el hombre blanco. Estos así llamados historiadores ahora quieren hacernos creer que esa gente tenía una cultura valiosa, que hablaban una lengua, que tenían un sistema de creencias digno de respeto y, para variar, tenían la palabra mágica: derechos.
Es hora de que pongamos los puntos sobre las íes: ellos no tenían una lengua, sino que hablaban un dialecto; no tenían un sistema de creencias, sino que creían estupideces imposibles de ser comparadas con la racionalidad de la religión, en la que Dios tiene un hijo con una virgen, que es él mismo, que se crucifica por un pecado cometido por la primera pareja humana, que él sabía que esos dos iban a cometer, pero que no evitó porque tenía un plan y que resucita tres días después para perdonarnos a todos.
Ahora resulta que don Pedro de Valdivia no era un gran conquistador ni evangelizador que se carteaba con el rey, sino un opresor de esos llamados pueblos originarios que habrían sido los dueños legítimos del territorio nacional ¿pero qué se habrán imaginado?
No necesitamos gente que venga a poner en duda la Historia Oficial, que si es oficial ha de ser por algo ¿no?

Filósofos

Es cierto que la Filosofía es la madre de las ciencias, pero una madre que ya debe saber que ha llegado el momento de retirarse. Alguna vez, en los tiempos de los griegos, la Filosofía fue un ejercicio necesario para preguntarnos quiénes éramos, de dónde veníamos y adónde íbamos, pero ¿qué utilidad puede tener ahora la filosofía? Yo también leí la Apología de Sócrates y los Diálogos de Platón cuando estaba en los Padres Escoceses ¿pero es que tenemos que estar siempre buscándole la quinta pata al gato, el cuesco a la breva, el sentido a la vida? Sócrates partió de la ignorancia, pero ¿es que acaso nosotros no sabemos ya muchas más cosas que Sócrates? Estamos en el mundo por voluntad de Dios,  y al morir la gente decente volverá a estar en presencia de Dios ¿queda algo más que pensar?
En nuestros días la Filosofía podría parecer solo una actividad ociosa más y una manera de perder el tiempo. Si ése fuera el caso, podría incluso ser tolerada como se tolera en algunas universidades por la superstición que dice que si no imparten Filosofía como carrera se transforman en meros politécnicos. Lamentablemente no es así. Las preguntas filosóficas no respetan ninguna de nuestras instituciones sociales, ni nuestro sistema económico, ni nuestra fe, por tanto, pensar debe ser considerado una actividad subversiva, especialmente cuando la gente que piensa no piensa como nosotros. Basta nombrar dos casos que revelan la peligrosidad de esta disciplina o más bien de esta indisciplina: el Subcomandante Marcos, cuyo verdadero nombre es Rafael Sebastián Guillén Vicente, profesor de Filosofía de la UNAM, y Abimael Guzmán, el Líder de Sendero Luminoso, quien también cuenta con una formación semejante. Cada uno de estos pensadorcitos hizo creer a la gentecita que tenían que tener los mismos derechos que la gente como nosotros y crearon movimientos que terminaron en violencia, siendo que la única violencia debe ser la que ejercemos las personas decentes a través de las fuerzas armadas y de orden. Por otra parte, no podemos manejar un país si cualquier ciudadano piensa lo que se le ocurre y no acepta la verdad de las versiones oficiales de nuestros gobiernos o nuestras gerencias.

Sociólogos

Como mencioné más arriba, es cierto que en uno de mis devaneos de juventud quise estudiar Sociología. Esto se debió a que cierto profesor de Historia ideologizado nos hizo creer que era necesario estudiar y entender la sociedad en que vivíamos. Aquel profesor fue cesado en sus funciones porque esto es completamente falso. No hay nada que estudiar ni nada que entender. Somos las élites chilenas las llamadas a implementar nuestra visión de sociedad, que supongo que a estas alturas ya va quedando completamente clara. Nunca he debido emplear a un sociólogo en ninguna de mis empresas y la verdad es que solo sirven para crear molestas organizaciones no gubernamentales o sociales y de esa manera enlodar con sus funestas y antojadizas especulaciones el funcionamiento correcto del Estado y del glorioso Emprendimiento Privado.

Periodistas

Los periodistas son lejos los “profesionales” de las humanidades más peligrosos del mundo. Esto es porque ellos son el nexo entre el mundillo de los así autoproclamados “intelectuales” y el hombre común e incluso la mujer común. Los periodistas son curiosos animales anfibios que pueden moverse entre las seudoprofundidades de los intelectuales de izquierda y la simplicidad de la así llamada clase trabajadora, contaminándola con ideas igualitarias, subversivas e inútiles. Por suerte el hecho de que la propiedad de los medios de comunicación esté en nuestras manos y el hecho de que el único canal de televisión estatal funcione en la práctica como uno privado han reducido a estos seudointelectuales a un rol mucho más constructivo e inofensivo que el rol de informar al público.
Así, mientras que los auténticos periodistas son claramente personas que están de más, los noteros de los matinales o los reporteros de nuestros noticiarios han resultado ser creaturas mucho más inofensivas y hasta constructivas que un verdadero periodista serio. Es cierto que aún existe cierto canal del cable, algunos periodicuchos y una que otra radioemisorita que dan problemas, pero, en general, podemos decir que hemos neutralizado a la gran mayoría de los periodistas haciéndolos cubrir notas simpáticas como perritos tiernos en los matinales y a gente llorando por haber sido víctimas de la delincuencia o de algún desafortunado accidente. Así, el resentimiento de las clases media y baja se desvían de las élites tradicionales para dirigirse a miembros de sus mismas clases que pasan a personificar todos los males del mundo; todo esto sin contar con el constante bombardeo de información irrelevante de los programas de farándula que han cumplido maravillosamente con nuestro objetivo de neutralizar las pasiones revolucionarias de las clases media y obrera. En los así llamados reality shows, hemos logrado hacer creer a las personas que aquello que no pueden alcanzar con trabajo duro es fácilmente alcanzable mediante la participación en estas verdaderas obras de arte de control social. En todos estos realities le mostramos al proletariado que superar pruebas sin sentido que requieren un gran despliegue de esfuerzo es el camino para alcanzar el éxito. Es cierto que la gente perdió mucho alejándose de la verdadera fe que los mantenía en un estado de deliciosa mansedumbre, pero, gracias a que somos los propietarios de los medios de comunicación, hemos podido crear un sustituto de aquella verdadera fe que acaso sea más efectivo, si no en la salvación de las almas, al menos en el control de los diferentes actores sociales. Es cierto que siempre nos gustaría que las personas volvieran a volcarse hacia Dios, pero no se puede tener todo.
Todavía, sin embargo, cada tanto aparecen voces de algunos periodistas de la vieja escuela haciendo denuncias sobre casos de corrupción o sobre nuestras legítimas, pero no siempre legales, formas de administrar nuestro país – cuando digo nuestro país, me refiero a la clase que efectivamente es dueña del país y no la rotancia o al mediopelaje que simplemente se ha tomado la atribución de habitarlo sin presentarnos el obligado respeto. Con todo, la tolerancia de algunas voces disidentes es necesaria para que la rotancia, y sobre todo los siúticos que han pasado por alguna universidad estatal, crean que en este país existe algo así como la libertad de expresión. De esta forma también podemos parecer un país dijecito en los foros internacionales en los que se firman los acuerdos comerciales que más tarde se transforman en la expansión de nuestros negocios y la exportación de nuestros commodities. En todo caso ¿qué puede hacer un periodicucho de izquierda en contra de la elegancia de El Mercurio o las niñas ligeras de ropa de La Cuarta? ¿Acaso la suscripción a El Siglo, El Ciudadano o Cambio 21 distingue tanto al mediopelaje como ser miembro del club de lectores de El Mercurio? ¿Puede acaso la denuncia de algún comentarista de un oscuro canal de cable competir con las tiernas notas de cualquier matinal, con el efectismo de nuestros noticiarios o con la sensualidad de nuestros realities? ¿Puede la radio competir con la televisión?
Con los periodistas así controlados podemos permitir, e inclusive financiar que los filósofos piensen sus idioteces en sus facultades de Filosofía, que los sociólogos lleven a cabo los estudios que suelen llevar a cabo e incluso permitir que abogados representen a ciertas personas supuestamente oprimidas en su lucha por los derechos que nunca tuvieron. Con las comunicaciones en nuestras manos será imposible que las ideas del aula o del cafetín maloliente de los pensadores izquierdistas lleguen a formar efectivamente una masa crítica de influencia que sea capaz de articular cambios realmente radicales en el orden establecido en nuestro país.


El ejemplo de los periodistas ilustra como para eliminar a la gente de sobra en este país no siempre se requiere de golpes de Estado o de medidas violentas. Sin embargo aún nos queda un tipo más de gente que sobra que constituirá un capítulo aparte.

domingo, 24 de abril de 2016

5 La Patria

si hoy es posible controlar a un conductor para pedirle los papeles del auto, por qué no solicitar la identificación a una persona. Esto no tiene nada que ver con la detención por sospecha
Felipe Harboe... ¿PPD?



Grandes males se evitaría nuestra sociedad si tuviera algún concepto de patria, como en los viejos tiempos, cuando los niños cantaban el himno nacional todos los lunes e izaban la bandera. Tiempos aquellos cuando nuestro himno además honraba a “nuestros nobles valiente soldados.” En todo caso, desde la derrota del ‘Sí’ en aquel funesto plebiscito – en  el que además dimos un inmerecido ejemplo de civilidad no matando a los rotos sublevados de nuevo – pareciera que nos hubiéramos olvidado de que todos, rotos y gente, somos chilenos y formamos parte de una nación y una comunidad, no de una manera comunista, pero de una comunidad al fin.
La palabra patria viene del latín en donde la palabra era la misma – ¿no es maravilloso cuando las cosas no cambian? – y significa la tierra de los padres. O sea la patria es la tierra de los padres, que antes era de los abuelos y antes de los bisabuelos y antes no era de nadie, porque la indiada nunca – y que quede claro, nunca – tuvo títulos legítimos de propiedad otorgados por alguna autoridad cristiana.
Si la patria era la tierra de nuestros padres, es legítimo entonces que nosotros seamos sus legítimos herederos. Yo sé que parece redundante que repita la palabra ‘legítimo’, pero resulta que el objeto de este Breviario es dejarle las cosas claras a gente que no es tan preclara como usted, que percibió mi aparente redundancia. Disculpe, pero este libro también es para rotos que apenas sí saben leer, aunque yo sé que usted se deleita en la armonía de los principios aquí expuestos. Con todo, le suplico que perdone mis redundancias y énfasis y aprecie que escribí un libro que usted puede pasarle a sus empleados y sirvientes.
Es garante de la institucionalidad el hecho de que la patria esté en manos privadas para hacerla productiva, eficiente y bullente de energía. No sacamos nada si ese campo de flores bordado que nos dio por baluarte el Señor continúa siendo propiedad pública improductiva – ¡qué contradicción más grande! ¡propiedad pública! Una cosa o es propiedad o es pública y más vale que los abogados empiecen a ubicarse. Si realmente queremos el desarrollo de esa patria, de esa tierra de los padres, tenemos que ponerla en manos de responsables padres de familia, es decir en manos de gente como nosotros, que ya tenemos experiencia en la tenencia de personas y tierras.
Obviamente, esta norma de elemental lógica no se cumple en nuestros decadentes días de democracia: uno de los principales desórdenes es que existen tierras del Estado que están “protegidas” de la explotación en beneficio de especies que no son humanas. Así, por ejemplo, el Parque Nacional Puyehue es una reserva protegida en beneficio de los pumas. Esto hace que una enorme cantidad de hectáreas de bosque nativo permanezcan fuera del alcance de nuestra maquinaria productiva. Existe la extraña idea de que un bosque natural es mejor que uno producido por el hombre. Esto es simplemente ridículo: en un bosque artificial, los árboles están separados por distancias equidistantes, lo que los hace crecer más rectos y no existen otras especies de arbustos que dificulten el paso de la maquinaria o de los trabajadores. Todas esas hectáreas de ese parque nacional fueron protegidas para favorecer a un gato gigante que si pudiera nos comería a nosotros ¿dónde se ha visto?
Otro vicio de la propiedad privada es que los recursos del subsuelo y del mar pertenezcan al Estado ¿qué clase de socialismo es ese? Gracias a Pinochet y al trabajo de nuestros parlamentarios, hicimos una ley de concesiones que se adapta a las necesidades de nuestra clase – que entre paréntesis es la única verdadera clase porque los rotos no tienen clase. Con todo, este orden de cosas no es suficiente. Podemos ver, por ejemplo, que el yerno del General Pinochet no pudo acceder a la explotación del litio producto del clamor de las masas. Eso pasa porque las masas creen que el litio es de todos y consignas tales como “el litio es nuestro” han aparecido incluso como hashtags del Twitter.  La Internet ya no es lo que era  cuando las niñitas podían chatear tranquilamente con sus amiguitas y conocer a chiquillos de buena familia ¡ahora cualquier roto tiene un PC y el Twitter es la peor rotería del mundo!
Esto se solucionaría si abandonamos de una buena vez todo socialismo y aceptamos que la propiedad privada de los medios de producción es una ley tan natural como que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer.
Por último, la tercera desviación de una patria verdadera son los bienes de uso público urbano ¿por qué la calle tiene que ser de todos? ¿No debiera esto limitarse a los barrios en donde vive la rotancia incapaz de pagar por sus propias calles? Me refiero a lugares como La Pintana, La Victoria, Providencia o Ñuñoa. Hace unos días vi que un carabinero le pidió su carné a un muchachón moreno de dudoso origen y tendencia sexual (tenía el pelo largo). Cuando el joven le entregó el carné al policía, se quejó diciendo “la calle es pública”. Debo lamentar que el roto tenía razón y que pese a que el carabinero le dio las debidas admoniciones, no pudo arrestarlo por andar fuera de su barriada de origen.
La propiedad pública de las calles ha hecho que, en la práctica, el carné de identidad se haya transformado en un pase libre para que los rotos se metan a nuestros barrios y tengamos que verlos. Así hay un montón de plebe que transita sin uniforme y uno no puede saber si son parte del servicio de alguien o no. La autoridad considera que antes de subirse a un auto, las personas deben portar una licencia de conducir. Esto es lo más natural del mundo. Sin embargo, si pidiéramos un examen y una licencia para transitar en nuestros barrios, la gente nos trataría de racistas, discriminadores y quién sabe qué.
Las preguntas para ese examen imposible que permita a la gente transitar por nuestros barrios serían:
¿Dónde vive?
¿Se ubica usted?
¿Es usted chileno o shileno?
Se me podrá decir que con solo la primera pregunta bastaría, pero he conocido a hijos díscolos de familias decentes que se van a vivir a otros barrios por mero impulso bohemio. Pero esto es hipotético e impracticable porque la calle es un bien de uso público y todos tienen derecho al libre tránsito, como si fuéramos todos iguales. Somos iguales ante Dios porque nos mira de arriba, obvio, pero esa sería toda la igualdad posible.
Sin necesidad de mayores reformas constitucionales, todo sería más fácil y expedito si privatizáramos del Apumanque para arriba y cerráramos las calles. ¡Las cosas estaban tan bien cuando el metro llegaba hasta la Escuela Militar! Era además un símbolo perfecto del rol del ejército que consiste en combatir a los enemigos tanto externos como internos de la patria. El tren, símbolo del progreso y de los rotos en su lugar, llegaba justo donde comenzaba el Santiago decente y en adelante solo podían seguir las personas que podían movilizarse por sus propios medios – aunque tener un auto ya no garantiza nada. Es por eso que propongo privatizar nuestra parte de la ciudad. No pido ningún favor, nosotros podríamos pagar el costo de lo que ello significa ¡imagínense buses verdes transportando a los vecinos sin contaminar, mientras que buses de otro color transportarían por separado a la servidumbre! Los vecinos-propietarios podríamos vivir en paz, sin el constante temor de ver a algún resentido por la calle que mire a nuestras niñas como solo las niñas de color deben ser miradas. Imagínense las calles limpias, convertidas casi en peatonales porque no necesitaríamos aislarnos del medioambiente en nuestros autos y la locomoción colectiva de calidad sería privada de nosotros, por tanto ya no sería transporte público. No habría roterías tales como la tarjeta Bip, porque la locomoción se pagaría todos los meses como una cuenta más. Solo una tarjeta para traspasar el muro del Apumanque para la gente que lo necesite (bien poca en realidad: médicos, abogados y algún gerente cuya oficina central todavía esté en el centro histórico de la ciudad; no se me ocurren más ejemplos) y pases de circulación para una servidumbre debidamente uniformada.
En nuestra sección de la ciudad reinaría el orden y con ello el resto del país se daría cuenta de que nuestra forma de pensar, nuestros valores, nuestro estilo de vida son en realidad la única forma correcta de vivir. Nuestros condominios cada vez más retirados ya son un ejemplo de esto: tenemos incluso nuestra propia policía privada, dejando libres a los carabineros para aportar al debate nacional golpeando a la gente que piensa distinto a nosotros (¿estarán enfermos?); nuestras áreas verdes son privadas, cuidadas por nuestros jardineros y no tienen nada que envidiarle a los espacios públicos. Entre los antejardines de mi casa y los de cuatro vecinos hacemos la Quinta Normal en tamaño (si no lo sabe, la Quinta Normal es un parque que hay en el sector poniente de la capital a donde usted no ha ido nunca y, si Dios es misericordioso, nunca tendrá que ir) y nuestros jardines están mucho mejor cuidados; en nuestras fuentes decorativas no se bañan más que los pajarillos porque para refrescarnos ya tenemos nuestras propias piscinas y la “cuqui” (amorosa ella) construyó una piscina especial para la servidumbre en un lugar de la casa que no conozco y que nadie más tiene por qué ver. Nuestro mundo es un mundo privado que se adapta a nuestras necesidades y genera trabajo para la rotancia. Por si fuera poco, ellos llegan a sentirse casi de la familia recibiendo nuestra ropa usada – y la usamos poco: la “cuqui” usa un vestido máximo dos veces y las niñas se compran ropa todas las semanas. Los niños se estaban comprando ropa dos veces al año, pero ahora, a instancias mías, lo hacen cuatro veces para dejarle la ropa usada a la servidumbre.
Quiero contar una anécdota tierna: mi niño menor me preguntó que por qué en vez de comprarse más ropa que no necesitaba para dejarles la ropa usada a los empleados, no les comprábamos ropa nueva directamente a la rotancia. Yo lo felicité por su buen corazón y su sentido práctico, pero inmediatamente después le hice saber algunos hechos básicos de la vida: los pobres no pueden usar ropa nueva, no por un tema de plata, sino por un tema social ¡no queremos rotos subidos por el chorro tratándonos de tú a tú! El niñito lloró un poco cuando le dije esto. Creo que fui severo, pero cariñoso ¿quién sabe si el día de mañana mi hijo no es otro Padre Hurtado? Sin la parte colorada, claro. En todo caso hablaré con la Dirección de su colegio para cerciorarme de que sus inquietudes sociales están motivadas por los valores cristianos y no por algún profesorcillo medio marxistoide.
Queda claro que patria y propiedad son casi sinónimos y que las familias decentes son las llamadas a ser propietarias de la patria. Así ha sido siempre desde que nuestros ancestros los conquistadores y la posterior inmigración de la aristocracia vasca fundaron este país. Cada vez que alguien ha tratado de trastornar este orden natural y divino de las cosas ha quedado la grande, asumámoslo. 
Esto no significa que no estemos dispuestos a hacer concesiones, como ya lo he mostrado en la descripción del orden social de mi casa y mi vecindario. Nosotros no queremos ser dueños de todo por una mera cuestión de codicia o ambición. Nosotros, la clase dominante y en rigor la única gente con clase, estamos obedeciendo el llamado a ser líderes de este país, a ser garantes del orden, de la seguridad y de la prosperidad de todos. Cuando digo prosperidad de todos, no estoy proponiendo un reparto igualitario de la riqueza – Dios me libre – sino que establezco la verdad que los chilenos parecen haber olvidado: cuando el patrón está bien, todos estamos bien.
Al parecer aún no nos sacamos la contaminación ideológica de los sesenta y setenta y todavía existe ese error generalizado de creer que todos somos iguales. Ése no es el camino al desarrollo, sino que es el camino a la anarquía total y la debacle absoluta. Es por ello que es necesaria una vuelta a los valores tradicionales. Las diferencias entre los hombres, entre los hombres y las mujeres, entre los blancos y la indiada no estaban ahí por mero capricho, sino que son parte de un orden superior impuesto por el mismo Dios en persona. Alejarse del orden establecido es alejarse de Dios y por ende una blasfemia. Cuando la gente estaba más consciente de la presencia de Dios, la gente se conformaba con que todos éramos iguales ante Él. Así, por ejemplo, en las raras ocasiones en que alguien de la clase patronal llegaba a cometer una injusticia producto de que errar es humano, el roto podía encomendarle la venganza a Dios y de esa forma sacarse de encima ese resentimiento que hoy no encuentra ninguna válvula de escape. Con su limitada capacidad para entender el mundo, la clase trabajadora suele interpretar las cosas de manera errónea y así entiende los castigos como arbitrarios, las pagas como injustas, la labor pacificadora de Carabineros de Chile como represión e injusticia, etcétera.

Solo deshaciéndonos de ese detestable mito de la igualdad y devolviendo la patria a sus legítimos propietarios – esto es los padres de familias, pero no de cualquier familia, sino de las familias más decentes y poderosas de Chile – podremos continuar nuestra ruta señera hacia el desarrollo y completar la obra restauradora e incomprendida del General Augusto Pinochet Ugarte, quien no hizo más que sacrificarse en aras del interés de la patria, es decir, en aras de nuestro interés: Chile somos nosotros, los que le hemos dado forma a este país y no la rotancia.